¿San Carlos? ¡NO por favor!
Nada más dejar descansar la aspiradora, me tumbé yo también, que bastante me lo había ganado. No llegué ni a acomodarme cuando suena el teléfono. En la pantalla: un prefijo internacional (+379). Por pequeño que sea el país, me es más que familiar.
Sobresaltado al ver de dónde provenía la llamada, levanté la vista al cielo —como es costumbre en ese entorno— y solté un “¡COOOÑÓ!” que, a pesar de la distancia, retumbó en la cúpula de la Basílica de San Pedro, haciendo que sus 137 metros se inclinaran peligrosamente sobre la apiñada multitud congregada en la explanada, con motivo de la santificación del primer representante de la Generación Y en la historia de la Iglesia Católica.
Llegados a este punto, supongo que os estaréis preguntando el porqué de semejante exabrupto.
Bien.
Nada más jubilarme, se me acercaron unos conocidos —propietarios de una agencia de publicidad que trabajaba para el Vaticano en asuntos de promoción y lanzamiento de “nuevos productos”—. Yo andaba algo descolocado con mi recién estrenada vida de ocio, así que, para no dejar el cerebro criando moho, me dediqué a lo que mejor se me daba: fabricar fantasías. Total, volver a vender Coca-Cola no me iba a reportar ningún placer, ni económico ni espiritual.
Una de esas fantasías, al parecer, había sido rescatada del cajón del olvido, donde yo la había dejado bien archivada bajo una gruesa capa de polvo y desinterés.
Mi contribución a la agencia —al ver que la Iglesia Católica se nos venía abajo entre bastones y rosarios— fue la siguiente:
Primero. Nombrar un Papa que, en su juventud, hubiera trabajado en discotecas y salas de alterne. Se hizo. Y se murió (q.e.p.d.).
Segundo. Permitir la entrada de una cruz con los colores del arcoíris en la Basílica. Se consintió hace apenas unos días, aunque todavía hay quien anda buscando el confeti en el incensario.
Tercero (y más importante). Salir a la caza de un jovencito guapo, de melena atrayente (a ser posible rizada), vestimenta moderna (pantalones vaqueros, niqui y zapatillas Adidas), laptop bajo el brazo y sonrisa a lo Gioconda. La idea era atribuirle la capacidad de hacer milagros —preferentemente entre la juventud, que ya no va a misa ni por Wi-Fi gratis—.
Uno de los milagros sugeridos era conseguir vivienda digna para todos esos estudiantes que, ya pasados los 30, siguen viviendo con sus padres. Ese milagro, por cierto, todavía no ha ocurrido.
El primer milagro que se le atribuye, según se cuenta, fue sanar a un niño brasileño que no podía comer con normalidad. Muy bien, muy bonito. Yo, personalmente, sugeriría que los rezadores profesionales —los que cobran por hacerlo— empiecen a interceder para que consiga comida para los millones de niños que directamente se están muriendo de hambre.
Antes de sentarme a escribir estas líneas, me puse en contacto con el director de la agencia de publicidad, para preguntarle por el asunto de la santificación de Carlo Acutis, y si espera que le beatifiquen por la idea (que en realidad fue MI idea, no nos engañemos).
En caso de que llegaran a tanto, le he rogado encarecidamente que no mencione mi nombre.
“San Carlos”, así, a secas… no me va. Ni con vino de misa.
-
Autor:
MIGUEL CARLOS VILLAR (
Online)
- Publicado: 9 de septiembre de 2025 a las 20:07
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 2
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.