Juego al básquet. No digo que jugaba porque aún me acerco a las canchas y le pido entrada a los jóvenes, y me ceden y les doy algunas lecciones. Aunque al día siguiente tenga agujetas y me duelan las articulaciones.
Lo que tiene el baloncesto, aunque alguno no lo sepa, es un deporte muy duro, de contacto. Se juega sin balón. Es una lucha constante por mantener la posición, salir de los bloqueos, codazos, empujones y hasta puñetazos a escondidas sin que el árbitro te vea, proteger al base, estar pendiente de un pase inesperado, no delatar con la vista tus intenciones, buscar espacio libre para recibir el pase y encestar; encontrar al compañero desmarcado para darle el balón, o darlo todo en defender la zona al cuando viene el rival. Tener visión periférica, ojos en la nuca,. Saber dónde están en cada momento tus compañeros y los contrincantes… y sobre todo, defender la posesión del balón: no permitir que te roben la pelota; protegerla con tu cuerpo y con tu fuerza.
Sí, sé que me he repetido en decir, atacar, defender, pero eso es el baloncesto: un arte marcial. A la vez es como jugar al ajedrez en vivo, inteligencia, fuerza y gallardía; un deporte vibrante donde el resultado se decide en cuestión de décimas de segundo. Te puedes pelear con el rival a punto de llegar a las manos en la cancha y después de la ducha ir juntos a tomar refrescos. No se puede bajar la guardia hasta que suene la bocina.
Nos fuimos en primavera en el coche de vacaciones a Logroño, mi pareja y yo. Veníamos del bierzo. La primera mañana la llevé por el parque del Ebro y por el casco antiguo. Tiene una historia profunda porque es paso obligado de peregrinos camino de Santiago. En una calle solitaria al fondo de la ruta, observo tres contrincantes haciendo triangulación a nuestra espalda. Justo a la altura de una iglesia coronada por la esfinge de Santiago Matamoros, puerta abierta, la invité a entrar. Ella no es católica, sino ortodoxa.
Resulta que en su aifhone tiene una aplicación de localización, así que su madre y su sobrina, desde su país, seguían su ruta e iban buscando en Google los lugares que visitaba.
Dentro del templo (yo no soy religioso ni creyente) por supuesto, recorro el pasillo, me arrodillo ante el crucificado y me santiguo en respeto al anfitrión. Domus mea, regulӕ meӕ. Al fondo y bajando unas escaleras hay una cripta: un cristo y la madre con el hijo en brazos. La mujer quiso sacar fotos y video para su familia y le llamé la atención: esto es un lugar sagrado, de energías y recogimiento; no es una atracción turística; aprende a respetar. Le pedí que se sentase a meditar, mientras que yo necesitaba tomar el aire.
Obvio, mis libros no son quemados: salí de la iglesia y el jefillo de la banda estaba apoyado en la pared de enfrente y los dos compinches apostados uno en cada esquina. Miré al listillo y le sonreí
con cara de turista despistado, encendí un cigarro y cuando lo llevaba por la mitad, le digo: hace una buena mañana para irse a tomar… el sol. Seguro?, me responde. Dejo caer el cigarro, lo piso y aplasto, borro mi sonrisa, lo miro serio y le contesto: no te quepa la menor duda. Me di la vuelta y volví a la iglesia a buscar a mi muchacha. Cuando volvimos a salir ya no estaban.
De ahí nos fuimos a la zona de la catedral, es preciosa. Día caluroso nos sentamos en una terraza de a cuatro, a tomar un refresco. Ella enfrente mía y su bolso en la silla de al lado. Justo: un tipo paseando, mira el bolso con vista de águila, se apoya en la columna a unos metros. La mujer con la ccon los ojos puestos en el móvil y sacando fotos para enviar de las torres, los campanarios… Me parece bien, tiene derecho a su paseo sin que nada la perturbe; como debe ser, pero como el mundo no siempre es ideal, ya estoy yo para proteger el balón. Miro para el tipo, y con una contundencia de Jedi aplicando la fuerza le espeto: el camino de Santiago está por ahí pa’llá. Apretó el culito y siguió las señales. Me pregunta la muchacha despistada: Qué has dicho, cariño?. Nada, cielo. No te lo había contado, pero es que a veces padezco el síndrome de Tourette. Siguió a lo suyo.
Al día siguiente se me antojó a mí hacer una última noche en Soria. No conocía Soria y no conocimos mucho porque ya veníamos cansados. Nos alojamos en la plaza central. Por la noche nos fuimos a cenar en un restaurante ( nada especial, comida rápida) el la calle peatonal. Ella seguía con la vista puesta en el teléfono, su madre y su sobrina y en el comedor… Uffffff! Una tremenda mujerona caribeña, camarera de piel cobriza y cuerpo exuberante, destacado, con sus curvas definidas, pero de esas que dan miedo de grandes y potentes. Simpática y encantadora. Así que como mi pareja no estaba atenta, pues nuestras miradas se cruzaban y ella coqueteaba, y yo la flirteaba, casi olvidándome de la comida pensando en otro menú. Resultó que metió la pata, se acercó a la mesa y me preguntó: “deseas algo más?” (claro, lapsus, dijo “deseas” no “desean”; craso error). Levantó mi pareja la mirada, seria, y le soltó un: y tú no tienes otras mesas que atender?. Le reproché de por qué le habló así a la muchacha, y me contestó: no te lo había contado, pero es que a veces padezco el síndrome de Tourette
Esa noche no hubo besos, ni caricias ni sexo. Sólo el muro de Berlín como frontera en la mediana del colchón. Lo siguiente fue un regreso de ocho horas con música pop, silencios incómodos y monosílabos en las paradas técnicas.
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Autor:
liocardo (
Offline)
- Publicado: 9 de septiembre de 2025 a las 10:11
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 7
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