Gritos bajo la tormenta

Anoche, cuando el mundo pensaba que yo dormía, me levanté con el corazón desbordado y caminé hacia la lluvia como quien busca un juicio en el agua. El frío me abrazó primero, después el agua se deslizó por mi piel, como si quisiera borrar lo que dolía, como si supiera que ya no podía más. Le grité al cielo. Le pregunté por qué sigo aquí, por qué sostengo solo un peso que me rompe la espalda y la voz, por qué sangro por alguien que ni siquiera escucha mi nombre. Y entonces, el cielo rugió. Un rayo encendió la noche y un trueno retumbó en mi pecho, como si me respondiera con una furia más grande que la mía. Le pedí un destino, una señal de lo que vendrá. Prometí aceptar el cambio, aunque tuviera que dejar morir mis sombras, aunque no quedara nada de mí. Y el cielo contestó de nuevo, con su furia blanca, con su voz profunda. Desperté después, con un hormigueo en la mano y una sed inmensa en la boca, como si el trueno me hubiera marcado, como si el agua me hubiera dado un nuevo inicio.