Reimi ( El Arpa que toca en silencio)

kirkland

Reimi se sienta frente a su arpa como quien se sienta frente a un altar. No hay incienso, ni velas, ni plegarias, solo la vibración de cuerdas tensadas que parecen nervios del mundo, tendones invisibles que atan a los hombres a su destino. Ella acaricia las cuerdas con los dedos desgastados, y cada nota es un lamento que no nace del instrumento, sino de la vida misma que la ha ido quebrando como rama bajo la tormenta, el sonido de su arpa no es dulce: es un río subterráneo que arrastra piedras y huesos, un eco que proviene de los túneles más oscuros de la existencia. Cada acorde parece preguntarle a los cielos por qué unos nacen con coronas y otros con cadenas. Nadie responde, salvo el murmullo del viento, que se burla, que aplaude, que huye.

 

Reimi sabe que la vida es injusta. Lo aprendió cuando aún era niña, cuando la esperanza tenía alas pero el hambre tenía dientes. Descubrió que el destino no siempre es elección, sino un pacto escrito en la piel antes del primer aliento. Y sin embargo, cada cuerda que pulsa es un intento de redimir al mundo, como si el dolor pudiera ser afinado, como si las lágrimas pudieran ser notas y las derrotas, acordes. En su pecho, un deseo arde como brasa oculta: soñar que un día alguien la escuche y entienda que su música no es entretenimiento, sino confesión. Que detrás de cada vibración hay una historia rota, una súplica, un universo donde la belleza se levanta del fango como un lirio que no sabe si mañana será arrancado. Ella desea —y ese deseo es su condena— que su arpa pueda abrir las puertas de lo imposible, que el eco de sus notas alcance al destino y lo doblegue, aunque sea por un instante.

 

Pero no sabe si ese día llegará. Quizá el destino, cruel tejedor, la haya condenado a tocar para sí misma, como si fuese sombra hablando con otra sombra. Quizá su deseo se marchite en la penumbra como se marchita un secreto en labios que nunca se atreven a pronunciarlo. Y aun así, noche tras noche, Reimi vuelve al arpa, como si con cada cuerda pudiera bordar una grieta en la cárcel del tiempo, como si su música fuera la llave de un candado invisible.

 

Su vida se ha vuelto metáfora: el arpa es su cruz, sus dedos son clavos, sus notas son plegarias que no encuentran dios. Sin embargo, allí persiste, tocando entre la penumbra, con lágrimas que se deslizan y se confunden con la madera del instrumento. Persiste porque su deseo, aunque incierto, aún late, y mientras late, hay un rincón del universo donde la esperanza respira, aunque sea con dificultad.

 

Reimi toca, y el mundo no lo escucha. Pero el destino, aunque cruel, se estremece un poco en cada vibración. Y tal vez, solo tal vez, en esa grieta minúscula de la eternidad, su deseo —ese que nunca se atreve a nombrar en voz alta— encuentre un día la manera de cumplirse.

  • Autor: Maggie\'s (Seudónimo) (Online Online)
  • Publicado: 5 de septiembre de 2025 a las 15:05
  • Comentario del autor sobre el poema: De las series de antaño, una inspiración en Reimi, espero sea del agrado.
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 10
  • Usuarios favoritos de este poema: MISHA lg
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Comentarios +

Comentarios1

  • willysilva

    Todo hermoso.

    Me encanta. Lo aprendió cuando aún era niña, cuando la esperanza tenía alas pero el hambre tenía dientes.

    Unos minutos bien provechosos, no sé sí Reimi tendrá un final feliz, que no crea que nadie lo escucha, hoy lo escucho mi corazón y solo le voy a pedir que toque su arpa hasta que los dedos se le funda.

    Saludos.



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