El silencio me atraviesa como un cuchillo que conoce mi nombre, no hay sombra que lo oculte, ni luz que lo disuelva; es un peso hecho de tiempo, de olvidos, de latidos que nunca fueron míos pero que me reclaman.
Camino entre paredes que respiran, que gimen, que guardan la memoria de los que alguna vez existieron y ahora son ceniza, y siento que todo lo que soy se deshace, gota a gota, en este aire denso.
Los retratos me miran, no son imágenes: son fragmentos de almas atrapadas, testigos del paso de la vida que yo creí conocer, sus ojos no ven; leen. Sus labios no hablan; me susurran secretos que desgarran, palabras que me rozan como cuchillas, recuerdos que no puedo aceptar y que no puedo negar, cada paso que doy es una confesión: avanzo porque no hay otra manera de existir.
El aire tiene un olor a flores marchitas, a piel vieja, a lágrimas nunca derramadas, y me envuelve, me ahoga con la ternura cruel de quien sabe que no hay salvación, respiro y siento que cada aliento me vacía, que cada inhalación me roba algo que jamás podré recuperar, mi cuerpo es solo un recipiente para el dolor que no pedí y que no puedo soltar.
Escribo estas palabras, pero no son mías: son herencia de todos los que lloraron antes que yo, de todos los que amaron y fueron traicionados, de todos los que murieron sin nombre. Y, sin embargo, mientras escribo, siento que el dolor se vuelve mío, íntimo, imposible de compartir, como un fuego que arde bajo la piel y que me consume sin quemarme.
Esta casa, este instante, este aire: todo es la misma herida, todo me mira, todo me reclama, y comprendo que la humanidad no está hecha de carne ni de voz, sino de cicatrices que nadie puede borrar, de lágrimas que ningún tiempo puede secar, de gritos que nadie escucha pero que siguen vivos en la memoria.
Lloro, y cada lágrima es un siglo, un mundo, un testimonio de que vivir duele más que morir, y aun así sigo aquí, escribiendo, respirando, sangrando en cada palabra, porque ser humano es esto: ser herida, ser recuerdo, ser eternamente incapaz de escapar de lo que uno ama y de lo que uno teme, y aunque todo me desgarre y me consuma, aun así permanezco, y aun así nombro el dolor, y aun así lo comparto, aunque nadie lo lea, aunque nadie lo entienda, aunque nadie exista para sostenerme.
Bruno Gatica
D.A.R
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Autor:
Rafael Medina (
Offline)
- Publicado: 5 de septiembre de 2025 a las 02:38
- Categoría: Carta
- Lecturas: 3
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