La ciudad de las tres señales (relato)

liocardo

LA CIUDAD DE LAS TRES SEÑALES 

 

 

El origen de todo se ha desvanecido en el olvido, como una palabra pronunciada en sueños y borrada al despertar. Nadie sabe con certeza cuándo comenzaron las desapariciones, pero todos coinciden en que fue la experiencia —y no la razón— la que reveló la verdad.

 

Algunos contaban haber visto tres señales extrañas: tres rayos finos, casi imperceptibles, en los posos de una taza de café; o dibujados fugazmente en el vaho de un espejo tras una ducha caliente; o marcados como cicatrices de polvo en un mueble olvidado. Tres líneas. Siempre tres. Aparecían en lugares comunes, de manera casual, como si el mundo cotidiano se abriera por un instante para mostrar una grieta en la realidad.

 

Y quienes las veían… desaparecían exactamente tres días después.

 

El primero en hablar de ello fue Elías, el farolero. Decía haber visto las señales en el reflejo del agua de una fuente rota. No parecía asustado. "Me buscaban desde hace tiempo", dijo con una sonrisa serena, mientras apagaba los faroles una última vez. Al tercer día, su casa quedó vacía. La lámpara que colgaba en su sala seguía encendida.

 

Desde entonces, la ciudad cambió.

 

Las conversaciones se tornaron susurros. La gente caminaba con la mirada baja, temerosa de encontrar las señales en el reflejo de una ventana o en la escarcha de una copa mal lavada. Se instaló una paranoia blanda, como una neblina constante que lo cubría todo.

 

Cada quien reaccionó a su manera.

 

Unos, resignados, aceptaban el destino como quien recibe una visita anunciada. Hacían testamento, abrazaban a sus hijos, se despedían con cartas que dejaban bajo la almohada.

 

Otros, más racionales, insistían en que todo era sugestión. Que nadie desaparecía, que se trataba de histeria colectiva, de rumores sin fundamento. Pero cuando uno de ellos veía las señales, el escepticismo se le evaporaba como humo.

 

Y estaban también los que se lanzaban al goce frenético. Bebían, reían, bailaban bajo la lluvia como si el fin del mundo fuera una fiesta interminable. A veces, desaparecían en medio de un brindis.

 

Lo inquietante era que, aunque el fenómeno era conocido por todos, las familias seguían marchándose… y nuevos habitantes llegaban. Venían desde otras regiones, atraídos por el precio de las casas, la belleza de las avenidas con árboles centenarios, o el eco de una antigua promesa de prosperidad. Algunos habían escuchado los rumores, pero los tomaban por cuentos rurales. Otros creían que la amenaza solo alcanzaba a quienes creían en ella.

 

La ciudad vivía en un equilibrio absurdo: por cada vecino que desaparecía, otro llegaba para ocupar su lugar. Como si la ciudad no pudiera vaciarse. Como si necesitara cuerpos nuevos para sostener su maldición.

 

En el archivo municipal —un edificio polvoriento al que pocos se atreven a entrar— se conserva un manuscrito anónimo, fechado hace más de cien años. Habla de “las marcas de la vigilancia” y de una ciudad “elegida por los ojos del Juicio”. Menciona que las señales son advertencias, no castigos; señales de un umbral, no de una sentencia. Nadie ha logrado descifrarlo del todo. El texto se desdibuja por momentos, como si cambiara cuando se lo vuelve a leer.

 

Y en medio de todo, está Nora:

 

una niña de ojos grandes que no habla desde que sus padres desaparecieron. Ella vio las señales. Las dibuja una y otra vez en su cuaderno con crayones negros. Pero ya pasaron tres días. Luego cuatro. Luego diez. Nadie entiende por qué sigue allí. Algunos dicen que es la clave. Otros prefieren no mirarla a los ojos.

 

Las desapariciones continúan. Las señales siguen apareciendo. Y la ciudad permanece suspendida entre el miedo y la costumbre, entre la huida y el olvido.

 

Por las noches, cuando toda calla, las calles parecen contener el aliento. Los faroles titilan. El silencio es tan denso que puede cortarse. Y en alguna parte —sobre una taza, en un vidrio, en el polvo de una repisa— tres líneas aguardan, listas para marcar el destino de alguien más.

 

 

 

⚡⚡⚡

 

 

 

  • Autor: liocardo (Offline Offline)
  • Publicado: 5 de septiembre de 2025 a las 02:33
  • Comentario del autor sobre el poema: Este relato me fue entregado por las musas en un sueño. Yo lo escribí en bruto por compromiso, porque no es un género literario que sea de mi agrado. Lo compartí con la compañera de letras y amiga LOURDES TARRATS , quien le hizo maravillosos arreglos hasta dejarlo como está. Gracias, mi muy querida amiga Lourdes. El mérito es tuyo. 🫂😊
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 4
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