Insomnio.

Adrián…

Hoy, con una mano en el corazón,

quiero que lo sepas, amor:

te espero.

No porque la espera sea fácil,

sino porque, aunque duela,

vales la pena vos.

Te espero con cada pensamiento,

en cada madrugada donde te imagino,

en cada suspiro que me encuentra nombrándote.

Te espero aun cuando la distancia

parezca infinita

y el silencio pese más que las palabras.

Te espero porque estoy segura,

porque cuando cierro los ojos

y pienso en mi futuro,

te veo ahí,

sonriéndome,

abrazándome como si nunca

hubiéramos estado lejos.

Sé que también te preguntás

si todo esto será posible,

si podremos sostenerlo,

si podrás cumplir con alguna expectativa,

si seremos capaces de vencer

las pruebas que el tiempo nos pone.

Y sí, amor…

mi cabeza también se hace esas preguntas.

Pero aunque existan dudas,

hay algo que no cambia:

mi deseo de intentarlo,

mi certeza de que sos vos,

mi ilusión enorme de construir

un “nosotros” que no tenga fecha de vencimiento.

Te espero con paciencia,

con calma,

con la ternura que te guardo en el pecho.

Te espero con todo el amor

que sé dar,

con los brazos abiertos

y la fé intacta.

Te espero aunque duela la ausencia,

aunque queme el anhelo,

aunque a veces las noches

sean un poco más frías.

Te espero porque sé que este amor

es más grande que cualquier distancia.

Y mientras llega el día

en que pueda mirarte a los ojos

sin una pantalla de por medio,

en que pueda besarte

sin que sea un deseo,

en que mis manos puedan encontrarte

sin miedo a soltarte,

voy a seguir acá…

creyendo, amando, soñando.

Yo te espero, amoroso.

Te espero con el corazón entero,

con las ilusiones intactas,

con la certeza más profunda

de que sos vos.

Y aunque hoy no pueda tocarte,

te abrazo en cada pensamiento,

te nombro en cada latido

y te guardo en cada parte de mí.

Te espero.

Te elijo.

Siempre.