Hay ropa tendida
y las estrellas titilan.
Otra vez ese canto apacible
de una noche despierta
llena de frescura.
Un poniente atento
a la hermosura del sueño
que quiere ser tejido.
Llegué de la ciudad del viento
y fue una alegría ver a mi madre,
a mis hermanos,
a mis amigos...
¿Cuánto durará esto?
El volver y encontrarme
en los ojos y compañía de los demás...
Dios mío,
te siento tan dentro.
Me muestras el amor
en la comodidad de sus presencias.
A cada instante.
¿Quién era yo?
¿Quién seré yo?
Ya no me aflige la mentira,
solo soy...
porque ya no soy nadie.
He visto a la tortuga asomarse
ante la paz que me acompaña.
A los pajarillos cantar...
y danzar...
mientras un frescor de árboles
acompañan a un río ensombrecido
por sus torsos llenos de ternura.
Tejidos por un agua dorada
que los surca...
Tranquilo
siento a Dios,
al Dios vivo.
Otoño llega preñado
de olores,
de sinsabores
de amores soñados
que han quedado latentes
en los recuerdos de la última noche
de verano.
En este último atardecer
me siento más maduro
descuajado de aquello
que no ha podido ser.
Porque tengo un compromiso
con una cruz que no puede vertir algo más
que una amistad con el mundo.
Que no puede mojarse del patrón
de lo natural quebrantado
por el exceso de berreos en los montes.
Porque ya no pertenece al monte,
aunque esté en el mundo...
Dorado, lleno de oro
es el último atardecer del verano.
Los vencejos ya han marchado...
Los estorninos siempre presentes.
Cambia el tiempo...
Cambian las ideas...
Se caen las hojas.
Valientes flores sucumben
y se muestran ante el templado
que se lleva apegos en trote...
Mi mirada está vacía
y esto es solo un intento
para llenarme de la magia
que siempre está
y el ego no me deja ver...
Se resiste a morir el hombre viejo.
Y estos versos solo son dagas
que intentan desangrar a su corazón.
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Autor:
alegazpa (
Offline)
- Publicado: 31 de agosto de 2025 a las 17:19
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 1
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