Hubo un tiempo en que tus ojos eran mi casa. No miraban más allá, porque todo el mundo estaba en mí. Cada parpadeo tuyo era un pacto silencioso, y cada mirada, un juramento sin palabras.
Pero un día noté que tus ojos ya no sabían quedarse. Se iban, lentos, como el sol cuando huye del horizonte, buscando luz en otros cuerpos, deseando formas que no llevan mi nombre.
Y no te culpo. El deseo no siempre se sujeta con anillos ni promesas. El deseo es un animal salvaje que a veces se duerme entre las sábanas del hábito y despierta con hambre en otras pieles.
Sin embargo, duele. Duele saber que tus pupilas ya no tiemblan por mi sombra. Que tu fuego se derrama fuera del cuenco que construimos. Que aunque tus labios digan "te amo", tus ojos confiesen otra historia.
¿Y qué se hace cuando los ojos ya no aman donde deberían? ¿Se finge? ¿Se calla? ¿Se suelta?
Tal vez el amor no muere de golpe, sino cuando deja de mirar como al principio. Y es ahí, justo ahí, donde uno entiende que mirar también es una forma de amar… y de traicionar.
Neysbyth Valencia
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Autor:
NeysbythValencia (
Online)
- Publicado: 31 de agosto de 2025 a las 11:01
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 4
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