A quien encuentre estas páginas, aunque tal vez no exista nadie del otro lado, escribo porque dejar constancia es lo único que me permite seguir cuerdo, si no lo anoto, mañana lo olvidaré, y si lo olvido, ¿cómo sabré qué fue real y que no lo inventé?
Hoy desperté con la certeza de que alguien había estado en mi habitación, no era un sueño ni una sospecha: lo sentí en el colchón, hundido junto a mí, como si un cuerpo hubiera permanecido ahí durante horas. Cuando encendí la luz no hallé nada, solo las sábanas arrugadas, tibias aún en el costado que no era el mío.
En la cocina me encontré con la ventana abierta, anoche la había cerrado, estoy seguro, el viento agitaba las cortinas con una violencia extraña, como si intentara entrar más adentro de la casa, empujarme contra las paredes. No había nadie, y aun así todo estaba impregnado de un olor denso, semejante a una respiración contenida, a la huella reciente de una presencia escondida.
El trabajo fue un silencio interminable, saludé, como siempre, pero mi voz salió quebrada, más baja de lo que pensaba, y nadie respondió, pasé el día entero sin que una sola palabra se dirigiera hacia mí, me miré en el reflejo del monitor apagado y tuve la certeza de que allí, en ese espejo oscuro, mi rostro se movía un instante después que yo, como si le costara alcanzarme o como si no quisiera hacerlo del todo.
La vecina del 4B volvió a confundirme de nombre. Me dijo “Luis” con una sonrisa rápida y siguió escaleras abajo, no sé si lo hace a propósito o si de verdad cree que soy otra persona. Quise corregirla, pero la voz se me negó. Lo escribo aquí para recordarlo, para que no se disuelva entre las tantas cosas que empiezan a desordenarse.
Lo peor ocurrió esta tarde, frente al espejo del baño descubrí que no reflejaba mi cuerpo entero: solo mis ojos, nada más. El resto era una mancha persistente de vapor que no desaparecía ni al pasar la mano ni al tallar el vidrio con el puño hasta dejar marcas rojas en la piel. Dos ojos fijos, idénticos a los míos o quizás no, observándome como si hubieran aguardado pacientemente a ser descubiertos.
Me prometí no volver a mirarlo, intuyo que si lo hago, veré algo que ya no podré desescribir en estas páginas.
No sé si esto es ansiedad, cansancio o algo peor. Solo sé que mientras escribo escucho el roce del lápiz contra el papel, pero también percibo otro roce, apenas detrás de mí, como si alguien copiara palabra por palabra estas mismas líneas en un cuaderno idéntico al mío.
Si mañana no despierto, esta carta será la única prueba de que nunca estuve, o de que nunca estuve solo.
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Autor:
Rafael Medina (
Offline)
- Publicado: 25 de agosto de 2025 a las 01:30
- Categoría: Gótico
- Lecturas: 4
- Usuarios favoritos de este poema: Tommy Duque
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