Las vacaciones de verano
Todo era magia.
Todo era juego.
El tiempo… no existía.
No importaba la hora ni el día,
ni si era lunes o domingo,
ni si la tarde caía lentamente o el sol nos abrazaba con fuerza.
Era verano, y con eso bastaba.
Nos juntábamos en el barrio,
como si hubiera una cita secreta escrita en el aire caliente.
César, Rubén, Pedro, Germán, Fermín…
y otros cuyos nombres se fueron desvaneciendo
como las calles que ya no existen,
pero que aún viven en la memoria.
No hacían falta planes,
ni mapas,
ni permisos demasiado elaborados.
Solo bastaba con un grito desde la esquina,
una pelota gastada,
una bicicleta sin frenos,
o unas ganas inmensas de correr sin rumbo.
Quizá tocaba subir al cerro,
creyéndonos exploradores o guerreros.
O bajar al río,
a mojarnos los pies
y reírnos del barro y del sol.
O armar una cascarita en el viejo baldío,
aquel que tenía más piedras que pasto,
pero que para nosotros
era el Maracaná.
Nos tirábamos en el suelo
a ver figuras en las nubes,
a contar historias inventadas,
a hacer promesas que creíamos eternas.
Era aprovechar cada instante
como si el verano nunca fuera a acabarse,
sin saber —porque entonces no lo sabíamos—
que esos momentos sencillos,
esas carcajadas sin preocupación,
esas tardes con olor a polvo y libertad,
se volverían eternos.
Eternos no porque duraran para siempre,
sino porque dejaron algo grabado en el alma.
Una especie de sol interno
que aún calienta
cuando la vida se pone fría.
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Autor:
javier Juarez 🍷 (
Offline)
- Publicado: 23 de agosto de 2025 a las 18:57
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 3
- Usuarios favoritos de este poema: Jaime Alberto Garzón Barrios
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