SÍNTESIS
Madre: de abuelos y pasado venimos; del útero encendido la vida abrimos.
Cordón y vientre, brazos y cunas tendidas: seno y trabajo, pan de nuestras vidas.
Fuiste enfermera, maestra, cocinera; confidente y sostén de cada era.
Me diste vida, sangre por mi vena; norte y hogar, tu mano que me ordena.
Con tus decisiones —buenas y duras— trazaste el rumbo entre sombras y alturas.
Detente, tiempo: déjala en su orilla; aún faltan bodas, risas y familia.
Mujer que cruza umbrales, sabia y viva; tu alma es mar que guarda y nos aviva.
Eres el fuego dulce del hogar: en tu casa descanso y puedo ser.
Paralelas y entretejidas nuestras tramas: tu cambio en mí; el mío en tus ramas.
Altiva y noble, brújula y destino: madre y señora, luz de mi camino.
Abuelos, familia, pasado: venimos;
padre y su flujo: la puerta abrimos;
cordón al vientre: casa que nos guía,
seno y pezón: sustento cada día.
Tu clímax fue mi vida verdadera,
la de mis hermanos, llama entera;
brazos y cunas, sábana tendida,
cobijo y trabajo: raíz de vida.
Fuiste enfermera, cocinera, lavandera;
maestra, vigilante, fiel consejera;
juguetona, compañera y, si hace falta, rival:
fuente de gozo, luz fundamental.
Confidente, peluquera, mano fuerte,
sostén del día, oficio y buena suerte;
viajera —carretera, mar y espuma—,
hilo del clan que cose y que perfuma.
Me diste vida, sangre por mi vena,
me diste norte, hogar y mano buena;
madre y patrona, jefa protectora,
matriz y origen: base fundadora.
Con decisiones —buenas, malas—, resueltas,
forjaste en mí la ruta de mis vueltas;
no te odio: te amo hasta la herida,
cocina y casa fueron pura vida.
Socia, diseñadora y vendedora,
mano que crea, guarda y atesora;
mano que lava, plancha y se enamora;
mano que firma y paga a cada hora.
Detente, tiempo —tiempo—, no te atrevas
a arrebatarle horas ni sus pruebas;
déjala aquí, con quienes la rodean;
con su familia, en paz, que la desean.
Mujer —divorciada, viuda— caminante,
ya traspasaste el límite vibrante;
la vejez de mi abuela es mi medida,
tu alma, sabia, contiene mar y vida.
Cuéntame, madre, lo que ven tus ojos
antes del viaje, libre de despojos;
otra arruga, otra cana que ilumina,
no me abandones a la sombra fina.
Aún faltan bodas, bautizos, alegría;
quédate viva, madre mía, todavía;
que siga el río rojo —artería—,
que dure el pulso, que nos sobre el día.
Eres testigo de mi vida entera,
y de la de mis hermanos, compañera;
eres el fuego dulce del hogar,
donde por fin me puedo desarmar.
Paralelas y entretejidas, nuestras tramas:
en ti mis giros; en mí, tus claras ramas;
tu cambio en mí, el mío en tu espesura:
dos aguas juntas en la misma hondura.
Y si te encorvas —noble herida antigua—,
seguirás libre, honrada, fiel amiga;
tenaz, bondadosa, fuerte y protectora,
consejo y casa, madre, gran señora.
Altiva, noble, distinguida y grande,
la luz que en cada paso nos expande;
madre, mi casa, brújula y camino:
de tu semilla nace mi destino.
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Autor:
Orelac - el Arquitecto Verde (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 23 de agosto de 2025 a las 11:07
- Comentario del autor sobre el poema: José Mario Calero Vizcaíno e Inteligencia Artificial
- Categoría: familia
- Lecturas: 1
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