Doppio Volto dell’Uomo

Ettorello

El hombre de doble rostro camina entre nosotros con la gracia de un príncipe renacentista y la falsedad de un bufón enmascarado. En la plaza levanta la voz, invoca la virtud, cita a Dios con solemnidad, y el pueblo lo escucha como si fuese un oráculo. Pero al caer la noche, sus pasos lo llevan hacia pasillos más oscuros, donde sus manos, que antes bendecían, acarician monedas sucias y cuerpos que jura no desear.

Fragmentos rotos.

Un mismo rostro que nunca coinciden.

Uno para la multitud que lo aplaude, otro para la amante que lo devora, y un tercero que esconde bajo la almohada: el verdadero, el que ni él mismo soporta mirar. Si Dante lo encontrara en su descenso, lo colocaría entre los hipócritas, vestido con túnicas doradas por fuera y plomo por dentro, condenándolo a arrastrar su propia máscara por la eternidad. Pero él no teme. Cree ser artista, maestro de la representación.

Su vida es un frasco pintado con pigmentos falsos, un retablo donde la santidad y el pecado se dan la mano en un mismo gesto.

El doble moralista sonríe. Y su sonrisa es un cuchillo envenenado, delicado, casi hermoso, como un fresco que engaña al ojo pero no al alma. Predica pureza mientras juega con el fango, reza plegarias que no escuchan ni los santos, y se inventa un Dios que le aplaude las mentiras. No es hombre, es escena. No es virtud, es actuación. Y cuando se levanta el telón de su comedia, la única voz que queda en pie es el sonido que le responde con brutal honestidad:
—No eres virtuoso. Eres apenas un actor cansado, sosteniendo una máscara que ya nadie cree. Y una comedia, que acaba antes de empezar.

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