Con qué maravilla
es que la imagino,
como un racimo de uvas negras sobre el mediodía,
llena de la luz que ha guardado en sus entrañas.
La imagino sin ser yo el que la imagina,
sino el río que la lleva, el bosque que la habita,
la sal que en su piel se adormece después del mar.
No tiene una forma precisa, sino el contorno del aire
que se llena con el canto de un pájaro extraviado.
La imagino con las manos del carpintero,
suaves de lijar la madera que fue antes un árbol,
y con la voz de la mujer que canta mientras amasa.
Ella es el silencio de las raíces, el ruido del trigo
cuando la espiga se inclina en el viento.
Es el color del alba que roza la montaña
y la soledad del faro que abraza la noche.
La imagino como se ama a un puerto, con sus barcos y sus olas,
con sus peces azules y sus gaviotas de espuma,
porque en ella habita el mundo y su respiración;
y también esa pequeña, insoportable ternura
que nos dice que somos,
a pesar de todo,
la improbable respuesta a la pregunta de alguien.
m.c.d.r
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Autor:
m.c.d.r (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 21 de agosto de 2025 a las 03:19
- Categoría: Naturaleza
- Lecturas: 9
- Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z.
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