No Nací Sola

Rafael Medina

CAPÍTULO 1:

NO NACÍ SOLA

Hay recuerdos que deberían quedarse enterrados, pero el mío resurgió por accidente. Desde entonces no he podido dormir sin amarrarme las muñecas.

La primera vez que la escuché tenía seis años. Estaba escondida en el armario, mi único refugio del caos familiar. Allí, entre la oscuridad y los abrigos húmedos, sentí un aliento cálido, tan cerca que apenas podía respirar. Una voz me susurró al oído:

«Noli timere. Ego te custodia.» No temas. Yo cuidaré de ti.)

No sentí miedo, sentí alivio, como si alguien al fin me viera. Y esa fue la primera señal de que algo andaba mal en mí, encontrar consuelo en una voz que no debía existir.

Con los años, ni el armario ni la voz ofrecían refugio. Las paredes comenzaron a hablar. A veces con mi letra de crayón, otras con sangre seca. Decían cosas como:

«Non est corpus tuum.» (Este no es tu cuerpo.)

«Alius evigilabit.» (Otra despertará.)

«Memento veritatem.» (Recuerda la verdad.)

Lloraba mucho. Mi madre decía que era para llamar la atención. Los psicólogos decían ansiedad. Uno mencionó trastorno de identidad disociativo. Mi madre se rió y no volvimos.

Nada detenía la voz. Ni las pastillas, ni las oraciones, ni los intentos de suicidio.

A los diecisiete, encontré una hoja dentro de mi diario. No era mía. Estaba escrita con una sustancia marrón que parecía seca desde hacía años, no era tinta común. Era más densa, más vieja. La firma decía:

Lía D.

Junto a la firma había un poema que no recuerdo haber escrito. Quizá estaba escrito antes de que yo naciera:

Me diste nombre,

pero el aliento era mío.

Me diste cuerpo,

pero la forma ya existía.

No me inventaste.

Solo me olvidaste.

Soy lo que enterraste para nacer.

Y cada noche,

muerdo la tierra

para salir.

A los veinte, encontré una fotografía en casa de mi abuela: una recién nacida con los ojos cerrados. Al reverso, escrito con una caligrafía temblorosa:

“Lía A. y Lía D. – 02/03/04”

Le pregunté a mi padre, su rostro se descompuso. Dijo que era una broma cruel. Mentía. Esa noche lo vi quemar una caja de documentos en el patio. Entre las cenizas logré rescatar un trozo carbonizado: un certificado médico.

Dos registros, dos latidos, dos niñas. Uno tachado.

Yo no nací sola. Pero no hay tumba, no hay nombre, no hay duelo. Solo una voz que me susurra que soy la copia y que la original está por volver.

Últimamente despierto con tierra bajo las uñas, como si hubiera estado cavando o desenterrando a alguien.

Una noche me desperté en el baño, vestida y temblando. En el espejo, un mensaje escrito con mi labial:

«Gratias pro corpore.»

(Gracias por el cuerpo.)

Y lo peor no es eso. Lo peor es que no quiero saber la verdad. Quiero que ella me lo diga. Quiero oír su voz. Porque cuando habla desde adentro, cuando susurra:

«Ego sum vera.»

(Yo soy la verdadera.)

…algo en mí se rinde.

Y lo más aterrador de todo es que siento que la amo. Y eso me da más miedo que cualquier cosa que pueda imaginar.

© 2024 Rafael Medina ✦ Todos los derechos reservados

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