La tierra respira luces que no duermen,
pequeños fuegos que laten en la noche,
como secretos que el mundo guarda
y susurra a quien se detiene a escuchar.
Cada ventana es un ojo de esperanza,
cada farol un faro en la oscuridad,
cada chispa un deseo que no se apaga,
una memoria que insiste en brillar.
Entre montes y ríos se dibujan senderos,
trazos de luz que guían los pasos perdidos,
y en la ciudad, las calles se visten de estrellas,
aunque las estrellas de verdad estén lejos.
La luz de la tierra no se mide,
no se enciende ni se apaga por voluntades humanas,
es la danza callada de los que aman,
la música silenciosa de los que sueñan.
Y quien la mira con el corazón abierto
ve más allá de los días y las noches,
ve que la luz no es solo de lámparas y faroles,
sino de almas que se buscan y se encuentran.
Porque la tierra guarda en su pecho
un incendio suave, eterno y secreto:
la luz que nos recuerda que, incluso en la sombra,
siempre hay belleza que nos acompaña.
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Autor:
Daniii (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 17 de agosto de 2025 a las 10:25
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 5
- Usuarios favoritos de este poema: EmilianoDR, _Incipiens_, Hernán J. Moreyra
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