Día tercero

Rafael Medina

Hoy la lluvia no llegó desde el cielo, sino desde las paredes, la escuché filtrarse entre los ladrillos como si la casa sudara recuerdos que no son míos. Cada gota tenía un ritmo distinto, y pronto comprendí que no era agua: eran pasos, pasos lentos, arrastrados, que subían por dentro de los muros hasta llegar a mi habitación.

 

Abrí la ventana para respirar, pero el aire estaba denso, cargado de un olor a madera húmeda. Allí, en el cristal, vi un reflejo que no era el mío: eran tus ojos, abiertos demasiado, brillando con una febril intensidad que no conocía, observándome como se mira a un cadáver antes de cerrar los párpados.

 

El tintero estaba vacío esta mañana. Sin embargo, sobre la mesa aparecieron letras que no había escrito, formadas por un líquido negro que parecía humear y retraerse según mis movimientos, no recuerdo haberlo hecho, y sin embargo las frases surgían de mi propio susurro.

 

Esta noche no encenderé velas, dejaré que la oscuridad se derrame sobre todo, para que vengas como sueles hacerlo: sin ruido, sin forma, con la certeza de que cuando me toques no sabré si me estás amando o desenterrando.

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