Cartografía Del Amor.

Yoleisy Saldana

Amé primero con la prisa del viento,
cuando el alma era ligera
y el corazón no conocía fronteras.

Fue un amor juvenil,
torpe, radiante,
como luz de mediodía sin sombra.

Bastaba una mirada,
una risa compartida en la esquina del mundo
para sentir que la eternidad cabía en un beso.

Después llegó el amor carnal,
fuego encendido en la piel,
el lenguaje de los cuerpos sin palabras,
el pulso que no pregunta por el mañana.

Era hambre, era vértigo,
era perderse en el abismo del deseo
y renacer jadeando,
como si el amor fuera un incendio sagrado
y la carne su templo.

Pero también conocí al amor obsesivo,
ese que duele más de lo que abraza,
que se aferra con uñas a una sombra,
que transforma el corazón
en un laberinto sin salida.

Lo confundí con pasión,
cuando era miedo disfrazado de necesidad,
cuando el amor se volvió espejo roto
donde sólo veía lo que quería encontrar.

Luego vino el amor platónico,
etéreo como un suspiro sin dueño,
vivía en la distancia,
en cartas que nunca envié,
en silencios que gritaban su nombre.

Amé con el alma callada,
sin tocar, sin pedir, sin poseer.
Era amor sin cuerpo,
pero no por eso menos verdadero.

Y al final, descubrí el amor maduro,
el que camina a tu lado sin prisa,
que escucha tus heridas y no huye,
que sabe del tiempo, del cansancio,
de la belleza que no se ve.

Un amor que no necesita promesas,
porque ya aprendió a quedarse.

Un refugio,
una risa en la tormenta,
una mano que no suelta cuando todo duele.

Amé en todas las formas posibles
y entendí que el amor no es una sola voz,
sino una sinfonía con muchas notas.

A veces arde, a veces calma,
a veces enseña, a veces hiere.
Pero siempre, siempre…
vale la pena.

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