Te necesito

Te necesito 

Hay algo que me consume
y también quiero decirte:
viviendo en el limbo estoy,
los días se me hacen tristes,
la luna no se equivoca
ni el sol entre nubes grises,
que me paso divagando,
pensando en cuanto te mire,
declarar lo que me mueve
como toda superficie;
porque te amo con locura
y me vuelves un artífice,
que con letras muestra el alma,
las cuales tanto recibes
en poemas como aquellos
donde decía estar libre,
donde viajaba el amor,
siendo supremo y gran líder;
y con llamadas, constante,
con pasión siempre te dije:
oye, divina princesa,
necesito ser tu príncipe.

Desde el día en que te vi,
la añoranza me persigue;
porque justo, quiero verte,
caminar donde camines,
susurrarte entre tus labios
unos besos... que atestigues,
que el amor es fraternal
y que al verte, me derrite.
Tu amigo no quiero ser
y no es que así lo persigne:
quiero, que estés conmigo,
compartiendo lo que vives.

Necesito ser palabra
que atraviesa tu laringe,
la canción que más te guste
como el barco con su timbre.
Necesito ser el párrafo
que describa los menhires,
los cuales son monumentos
del viejo tiempo, mas sirven
de gran escuela y futuro,
como lo hace el que lo elige.
Yo quiero ser tu lenguaje
que la dicha suministre,
tu sonrisa, tus pupilas,
y ser, tu niño de kínder;
el que te haga recordar
los momentos más felices.

Necesito ser ladrón
y robarte como un tigre,
protegerte de lo malo
e ignorar lo que critiquen,
porque solo en ti, de veras,
la tinta me hace que pinte
con palabras un castillo,
lejos de tantos buitres.
Necesito ser, un hombre
extranjero, ser tu míster:
traducir lo que el espíritu
no se atreve y hasta se rinde.

Necesito que tu seas
mi primavera factible:
mi planeta de ilusiones
que con poemas se tiñe,
mi portal lleno de historias,
mi manjar, lleno de vírgenes
mi palacio de tesoros,
mi laguna con mil cisnes,
mi doctora que me cure
y que del dolor me alivie,
mi libreta, bella y clara,
mi montaña hecha de ñipes,
mi fortuna, manantial,
la que siempre a mí me auxilie,
la que encienda el corazón
y me endulce con lo simple;
mi maestra, mi estudiante
que del aula, nunca ha de irse.

Necesito tus abrazos,
tus ojos cuando sonríes,
tus labios de musa prístina;
desde el día en que más brilles.
Espero que tú me escuches,
que me alejes de cual rifle
que despierta en un segundo
el pensar de los humildes.
Necesito que comprendas,
que hables y no me lastimes,
porque te quiero pedir,
que tú seas de mi estirpe.
Necesito que me beses
y que, con pasión desfiles
por la alfombra de mi cuerpo,
hecha de polvo y de níquel.
Escúchame, necesito
que nunca, nunca me olvides.

                          Samuel Dixon