He despertado con la certeza de que algo me observó toda la noche, no sé si eran tus ojos o el eco de su recuerdo, pero la sensación aún pesa sobre mi piel como un sudario húmedo. El aire tenía un sabor a hierro, y cada respiración me dolía como si inhalara fragmentos de vidrio, las cortinas se movían suavemente, como si un fantasma caminara alrededor de mi cama, sin hacer ruido.
Tomé la pluma para escribirte, pero la tinta se negó a fluir; en el fondo del tintero algo parecía pulsar, un líquido oscuro que recordaba tu nombre en espasmos breves, me sentí tentado a pronunciarlo, pero supe que si lo hacía no sería yo quien terminara la frase. Me recosté de nuevo y cerré los ojos, pero el silencio me gritaba, y juraría que algo se deslizó por el borde del colchón, rozando mi oído para susurrar lo que nadie debería escuchar despierto.
Hay un frío nuevo en la casa, que no proviene de fuera, se aloja en los pasillos, en el marco de las puertas, en el espacio que hay entre mis costillas, lo sé porque esta tarde lo sentí respirando dentro de mí, y aunque lo reconozco, no lo rechazo. Tal vez porque, en algún rincón enfermo de mi alma, anhelo que ese frío seas tú.
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Autor:
Rafael Medina (
Offline)
- Publicado: 16 de agosto de 2025 a las 00:47
- Categoría: Carta
- Lecturas: 11
- Usuarios favoritos de este poema: El Hombre de la Rosa, Roberto D. Yoro
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