Tatuaje

Hay un momento en que el cuerpo descubre que no es solo carne, que el deseo puede ser un fuego silencioso que deja huella en la memoria. Tus dedos se posan sobre mi piel y, sin palabras, escriben un nombre que nunca olvidaré, un nombre que se tatúa en el pecho, en las manos, en los recuerdos que aún no aprendí a nombrar.

Nuestros cuerpos se buscan como dos lunas que se encuentran en un cielo imposible, chocando suavemente, dibujando constelaciones que solo nosotros podemos leer. El primer roce no es un simple contacto; es un pacto secreto, una llave que abre puertas que no sabíamos que existían, y cada caricia se graba como tinta invisible, dejando cicatrices que el tiempo no podrá borrar.

Tus labios, tus susurros, tu respiración, todo se convierte en un mapa que aprendo a seguir con los ojos cerrados, a memorizar con el corazón latiendo al mismo ritmo que el tuyo. Amar por primera vez es aprender a arder en silencio, a dejar que alguien marque la piel y el alma sin pedir permiso, a sentir que algo en nosotros ha quedado sellado para siempre.

Cuando nos alejamos, queda el vacío lleno de huellas. Cada sombra, cada silencio, cada gesto que compartimos se queda tatuado en la memoria, recordándonos que hay un instante que ninguna distancia puede borrar. La primera entrega es un tatuaje que no duele, que no se ve, pero que cambia todo, que hace que el mundo se incline hacia nosotros, aunque nadie más pueda verlo.

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