Día primero

Rafael Medina

Hoy he sentido el pulso de tu ausencia como un reloj roto que no marca horas, sino heridas; cada latido es una campanada hueca que anuncia mi entierro, aunque siga respirando. He amado ese silencio con la devoción de quien reza ante un altar prohibido, donde las velas arden con llamas negras y el incienso se mezcla con el olor del polvo antiguo. La luna, que esta noche parece un cadáver colgado en el cielo, se inclinó sobre mi ventana con un ojo enfermo y brillante, vigilando mis pensamientos como si quisiera robarme el último vestigio de cordura.

 

Yo, débil y febril, le confié tu nombre, y ella lo tomó sin compasión, arrojándolo a su río de luz podrida. Allí quedó, girando en la corriente como una reliquia maldita, ahogándose entre reflejos que parecían murmurar plegarias en un idioma olvidado. Mis manos, temblorosas y manchadas de insomnio, buscaron papel, pero el papel me pareció demasiado frágil para contenerte, así que escribí tu sombra en las paredes de mi pecho, grabándola con uñas y huesos.

 

No temo a la noche; temo a la madrugada, porque con ella llega la luz, y la luz no me pertenece. Prefiero tu sombra, inmensa y sofocante, antes que la misericordia vacía del amanecer.

 

Rafael Medina 

D.A.R

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