TABLERO INVISIBLE PARTE 3: LAS VIDAS QUE FUI

starmoon

La pieza de ajedrez ardía en su bolsillo.
No con fuego, sino con una energía silenciosa, como si llevara en su interior siglos de historias no contadas.
Desde que la recogió, algo había cambiado. Elías no caminaba solo: ahora llevaba en su sombra a todos los que había sido.

La primera vez ocurrió al tocar el agua.

Bebía de una fuente olvidada en el centro de la plaza —una plaza que no existía el día anterior—, cuando el mundo se desdibujó. El cielo tembló como si fuese una superficie líquida, y el suelo debajo de sus pies se volvió ceniza.

Cuando abrió los ojos, no era él.
Era otro.
Otro cuerpo. Otra vida.

Estaba en una aldea cubierta de nieve.
Sus manos eran de un hombre mayor, lleno de heridas de trabajo.
Sostenía una vela encendida frente a una tumba sin nombre.
Lloraba.

No sabía por qué, pero lo sentía.
Un amor perdido.
Un hijo.
Un error.

Intentó gritar, pero solo salió silencio.
Y luego, sin aviso, volvió a sí mismo.

Cayó de rodillas en la plaza.
Temblaba.
El agua seguía corriendo como si nada hubiera pasado.

—¿Quién era? ¿Quién fui?

Pero no hubo respuesta. Solo el cuaderno, que había vuelto a abrirse por sí solo, con una nueva frase:

“El dolor que niegas, regresa. El amor que ocultas, repite su final.”

Esa noche no durmió.
Cada vez que cerraba los ojos, una nueva imagen lo arrastraba:
—Una mujer con ojos verdes que gritaba su nombre mientras una puerta se cerraba.
—Una guerra. Un disparo que nunca debió dar.
—Un bosque. Una promesa rota.
—Un espejo roto, donde se veía a sí mismo envejeciendo sin dejar de ser joven.

Cada visión dejaba algo en su cuerpo, como si una parte de aquellas vidas quedara atrapada en él.
Las emociones no eran recuerdos, eran sensaciones puras: miedo, culpa, ternura, pérdida.
Todo lo que había intentado no sentir.

Y entre las sombras de cada vida, siempre aparecía él.
El Rey.

No con corona, ni trono.
A veces era un maestro.
Otras, un enemigo.
A veces era su propia voz en la oscuridad, diciéndole que no tenía salida.

La última visión fue distinta.

Era un niño.
Él mismo, quizás.
Estaba sentado frente a un tablero de ajedrez.
No jugaba contra nadie. Solo esperaba.
Y frente a él, la figura del Rey, como una estatua de obsidiana, inamovible.

El niño susurró algo.
Pero Elías no pudo oírlo.
Antes de que pudiera acercarse, fue arrastrado de nuevo a su realidad.

Al despertar, el cuaderno tenía una nueva frase:

“Todas tus vidas esperan que esta sea la última.”
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Comentarios +

Comentarios1

  • MISHA lg

    interesantes tus fantásticas letras poeta
    gracias por compartir ya vamos en el capítulo tres

    Lloraba. No sabía por qué, pero lo sentía. Un amor perdido. Un hijo. Un error. Intentó gritar, pero solo salió silencio. Y luego, sin aviso, volvió a sí mismo. Cayó de rodillas en la plaza. Temblaba. El agua seguía corriendo como si nada hubiera pasado. —¿Quién era? ¿Quién fui? Pero no hubo respuesta. Solo el cuaderno, que había vuelto a abrirse por sí solo, con una nueva frase: “El dolor que niegas, regresa. El amor que ocultas, repite su final.” Esa noche no durmió. Cada vez que cerraba los ojos, una nueva imagen lo arrastraba: —




    besos besos
    MISHA
    lg



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