Nos tuvimos sin tiempo ni permiso.
Nos amamos con miedo y con razón.
Pero en otro rincón vivía el mundo
que fingíamos no cargar al cuello.
No éramos culpables, sólo tarde.
Dos mitades con nombre y con cadenas.
Tu corazón vivía en otra casa…
y el mío se moría en tu presencia.
Dormimos la pasión sin enterrarla.
La dejamos latir bajo la ropa.
Y cada despedida fue un castigo,
como si el alma misma se negara.
Recuerdo lo que fuimos con respeto.
Te pienso… y el dolor me justifica.
No hubo final, pero quedó la historia:
el amor que no muere… ni se olvida.
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.