I.
El sol se oculta… el claroscuro frío
se halla bañando aqueste gran paisaje.
El cervatillo, estando en su extravío,
ha escuchado inocente tal mensaje,
recuerda de su madre aquel cariño,
aquel que le amparó de adulto y niño.
II.
— Estoy aquí… — susurra aquella voz.
— ¿Mamá? ¿Eres tú? — contiene ya su aliento.
— ¡Soy yo! — y el pobre se alza en su precoz
emoción infantil; cabalga al viento
a do su acento le proclama fuerte
el encuentro de milagrosa suerte.
III.
Recorre el bosque, se halla con su manto
la estación blanquecina ya arropada;
crecen las sombras, mas el dulce canto
indaga en su alma: se quedó apenada,
de compañía maternal su falta
olvida la prudencia y bien se exalta;
IV.
se abre el camino, su cabeza asoma
al prado, lejos, solitario, mustio…
Murmura el aire en misterioso idioma.
— ¿Hola? — Nadie contesta. Yo me enmustio,
amarga sensación, así contemplo
su lástima en regreso al bosque, el templo.
V.
Y resuena, de pronto, maravilla
que trina en sus oídos y en su pecho
golpea el propio asombro: pesadilla
del amargo delirio en este trecho:
el eco lindo llama a la criatura
más traicionera a la Natura pura.
VI.
Avanza por la nieve sigiloso,
en sus pasos no torna el caminar.
El cielo, tinto, y más pesadumbroso,
del cálido horizonte el indagar
advierte el engañoso desatino
arrollando terrible al pobre sino.
VII.
Graznan los cuervos, y volando presto
proclaman en alerta amargo aviso:
— ¡Hombres! ¡Se acercan hombres! — Y su gesto
se congela; el furor fatal, conciso
de ladridos ariscos amenazan
al Príncipe, presa a la que cazan.
VIII.
Cabalga fiero y en carácter firme,
yendo a romper estragos, las cadenas
de Muerte a su hijo que apresan firme
la cárcel gélida de sus condenas;
¡fuerza, Señor, flaqueza a los villanos,
de humanos los esbirros más tempranos.
IX.
Avanzan los rivales sin mïedo,
en la brusca batalla ya se enfrentan,
golpeando los cuernos en su credo
el honor de los bandos incrementan.
A los lobos derrota, y escapando
mandan la orden: el brillo es el comando.
X.
Apunta el perdigón, mortal final
va a resonar. Aparta al joven hijo:
— ¡Corre, Bambi! — ya exclama. — ¡Vamos, sal!
Lo empuja y el sentido vuelto y fijo
recobra al fin, corriendo con viveza,
y así el estruendo alejan con destreza.
XI.
El crepúsculo cae. Nueva noche
se asienta más sombría, y en tinieblas
de vahídos helados cierra el broche
que todo el miedo ultima; mas las nieblas
del camino hacia el reino ya confuso
provocan a cualquier osado intruso.
XII.
Reprocha el padre su desobediencia
al hijo que paralizó su guardia
por engañoso horror, ¡ay, la conciencia,
el buen recuerdo, si por retaguardia
no ha defendido, en pobre desenlace
su logro ha cometido aquel vorace!
XIII.
Reina el silencio, la serenidad
vuelve gentil al bosque sumergido
en plateada bruma y vanidad.
Se vuelve así a su vástago querido,
indicando al hogar el buen retorno
de la quietud cubiertos del entorno.
XIV.
De esta ventura el cúlmine más triste
vivido ya le aflige su nostalgia,
de apego ansiado y faltó aquel despiste
la causa pérfida de su noble algia¹.
Apenado suspira, y al retiro
vuelve, sin aclamar jamás su giro.
¹. Dolor.
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Autor:
TheXXIDaPonte. (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 12 de agosto de 2025 a las 15:45
- Comentario del autor sobre el poema: Poema en sexta rima sobre una de las escenas de la película "Bambi II: el Príncipe del Bosque". Este es el primer poema narrativo del autor.
- Categoría: Fábula
- Lecturas: 12
- Usuarios favoritos de este poema: Lambdasan, Mauro Enrique Lopez Z., alicia perez hernandez
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