La casa no sabe que has muerto.
Los gatos que lo vieron, sí.
Y me miran con la crueldad que existe en mí.
Me rehúyen, me temen;
no aciertan a comprender que lo hice por tu bien.
La casa no sabe que has muerto.
Todavía guarda tu peso en los rincones.
El agua en tu plato no ha aprendido el silencio,
ni el aire ha olvidado tu olor.
Camino con la culpa en los calcetines,
como si el suelo recordara
cada paso que di hacia el final.
Hay pelos tuyos en mi ropa,
la alfombra mantiene tu calor,
y en la tristeza también —
se adhiere a lo que fue tibio.
Estás presente en el día después,
y no sé si habrás de irte alguna vez,
si mi memoria no evocara hasta el último aliento
a aquel que respiró con esfuerzo
para no abandonarme.
Aquel a quien cada hueso torturó los pasos
y aun así me acompañaba
hasta el baño diario.
Hoy amanecí con las manos vacías,
y mis dedos no se resignan
a estar sin el terciopelo de tus orejas.
Te buscan entre las sombras,
en el hueco que hacías junto a la cama,
entre las horas que antes te contenían,
en los aullidos del aire
que conserva tus ladridos.
Lo que me mata no es tu ausencia,
sino haber dicho: si que se duerma.
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Autor:
Isel (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 9 de agosto de 2025 a las 13:45
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 24
- Usuarios favoritos de este poema: Annabeth Aparicio, Salvador Santoyo Sánchez, Lualpri, Hernán J. Moreyra, Mauro Enrique Lopez Z., Pilar Luna, EmilianoDR
Comentarios1
Tristes letras, querida amiga Poeta.
Un abrazo.
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