Cántico del Ciclo
de Wcelogan
Nacemos.
Nos reciben:
batas blancas, cámaras,
promesas en salmuera.
Un número,
el código que un burócrata
exigirá — para probar
que existimos.
Desde el primer bostezo,
el tiempo nos llama,
sin permiso, sin pausa.
Metas,
vacunas,
un colegio que simula refugio.
Nos enseñan a decir “yo”
como si con eso bastara
para ser.
Y el cuerpo,
ese animal que arrastramos,
empieza ya a doler.
Luego, claro,
nos reproducimos:
a veces por deseo,
otras por desesperación,
a menudo por aburrimiento,
o por olvidar el condón.
Nos reproducimos,
como si un par de genes
fueran pretexto suficiente
para llamarnos eternos.
Construimos familias,
ruinas,
o ambas al mismo tiempo.
Jugamos a cocinar un futuro,
fabricamos nostalgia
antes de vivirla.
Y al mirar a los hijos,
esos proyectos de carne,
decimos:
—Todo esto vale la pena—
mientras callamos
que ya no dormimos,
que ya no cogemos,
que ya olvidamos
por qué estamos aquí.
Después llega
el culto al espejo.
Evitamos la vejez
como peste medieval,
inyectamos juventud en los labios,
tatuamos frases con intención,
nos fotografiamos como prueba
de que aún no nos hemos ido.
El cuerpo se descompone
lento,
pero educado.
Primero la vista,
luego la rodilla,
después ese silencio
que se instala en la cama
como huésped sin nombre.
Vamos a yoga,
leemos libros,
citamos a Rilke en redes,
y repetimos el mantra:
—Todo pasa por algo—
aunque nadie sepa
qué demonios es ese “algo”.
Finalmente, morimos.
Sin banda sonora,
sin épica,
sin juicio final.
Caemos como edificio viejo:
polvo, burocracia,
vecinos murmurando:
—Nunca molestó.
Y lo que queda
no es alma,
sino contraseña bancaria,
deudas,
una nevera desconectada,
y un poema que no escribimos
por esperar
la inspiración perfecta.
Los hijos preguntan qué hacer
con nuestras cosas.
Alguien vende los muebles en Facebook.
El perro busca olor.
El mundo, ajeno,
sigue su ópera mediocre
sin cambiar nota.
¿Para qué todo esto?
¿Para aprender a decir adiós
sin llorar?
¿Para entender que el amor
era un malentendido químico?
¿Para tomar café viendo la lluvia
y decir:
—Esto es vivir—
aunque sepamos
que es solo
una excusa estética?
Tal vez.
O tal vez no.
Tal vez vinimos a tropezar con gracia,
a fracasar con estilo,
a besar lo imposible
solo para saber que dolía.
Tal vez
el sentido esté
en su ausencia.
Y eso, por extraño que suene,
nos libera.
Porque si nada importa,
todo puede ser bello:
hasta el polvo,
hasta este poema,
hasta la muerte
que nos mira desde un rincón,
con la paciencia fría
de quien ya sabe el final,
mientras escribimos
la última línea,
como quien finge
haber entendido,
por fin,
el ciclo de la vida.
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Autor:
Wii (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 8 de agosto de 2025 a las 00:01
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 15
- Usuarios favoritos de este poema: Annabeth Aparicio, Salvador Santoyo Sánchez, **~EMYZAG~**, Carlos Armijo Rosas...✒️, Antonio Miguel Reyes, MISHA lg
Comentarios1
todo lo que escribes en tus versos
son parte de la vida , como vivirla , nadie nos enseña
pero hay que escribir , hacer siempre algo bello
para trascender en ella, ....
interesantes tus letras poeta
llenas de momentos de reflexión
gracias por compartir
Después llega
el culto al espejo.
Evitamos la vejez
como peste medieval,
inyectamos juventud en los labios,
tatuamos frases con intención,
nos fotografiamos como prueba
de que aún no nos hemos ido.
besos besos
MISHA
lg
Muchas gracias por pasar a mi rincón y compartir tu reflexión. Justo eso intento: atrapar esos fragmentos de la vida que nadie nos enseña, pero que siempre están ahí, para escribirlos y darles un poco de belleza y sentido. Me alegra que mis letras te hayan resultado interesantes y que te inviten a pensar. Siempre es un placer conectar con quien siente la poesía como un espacio de reflexión y vida.
Pura vida amiga de letras...nuevamente un saludo cordial.
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