Siempre estoy en mis versos

Dicen que estoy sentado en algún lado,

quizás en Chacas, quieto en un balcón,

mirando sus vitrales encantados

que guardan, con fervor,

el sol de un día antiguo y apagado.

Tal vez en Andahuaylas, en Talavera,

tomando hidromiel bajo el ciprés,

o en Sondor, meditando en la ribera

de un lago que al revés

guarda mi cielo y calla lo que espera.

En Cusco, en zarzuela y en su horno,

donde la tía cuece su querer,

se esconde el corazón que ya no adorno

y vuelve a florecer

cuando el recuerdo abrasa y no hay retorno.

En Puerto Maldonado, con la piel

ardiendo bajo un sol que no perdona,

la selva me susurra su laurel

y, aunque la fiebre asoma,

mi alma se recuesta en su tropel.

En Chiclayo la vida fue injusta,

dolió lo que jamás imaginé;

y aunque sangró la herida más robusta,

la Cruz de Motupe

me enseñó que la fe... no la dejé.

En Ica, bajo el sol de las arenas,

abrigo mis silencios al andar,

y en cada duna escribo mis condenas

que luego va a borrar

el viento que me besa sin cadenas.

Y en mi puerto, mirando San Lorenzo,

me encuentro con la infancia y su rumor,

las olas me devuelven ese incienso

que el tiempo sin pudor

quemó sin preguntarme su comienzo.

Y aunque me crean fijo en una esquina,

la verdad es más honda que el lugar:

yo siempre estoy en versos, en la espina

de un mapa sin final,

viviendo en cada tierra que me anida.