CDMX.

Mil vaggio


La Ciudad de México, para mí, fue una especie de serendipia, parecía hecha a la medida de mis sueños de infancia. Siempre imaginé una ciudad cargada de historia y misterio, donde cada persona que la pisa se siente diminuta frente a su magnificencia y, al mismo tiempo, transportada al pasado. Cada paso evoca a quienes la habitaron: sus rituales, sus voces y sus lenguajes; el paso de los años a través de pies descalzos sobre el barro, caballos, carretas y la bohemia de sus calles, La luz tenue de sus noches que se inventan en la soledad y los días transcurren bajo nubes que cruzan el cielo por encima de edificios que el tiempo perdona y mitifica.Es un océano de miradas y pasos: ,cuántos besos, cuántos sucesos, cuánta gloria y cuánta historia? Somos herederas y herederos de un pasado escrito por dioses; bajo nuestros pies se acumulan siglos de historia, revoluciones, conquistas, dioses y leyendas. Amo la Ciudad de México por su aroma a sahumerio, por la raiz ancestral que nunca se seca. Nuestra esencia persiste entre la modernidad, los templos y vestigios arqueológicos, en el repique de las campanas de la catedral y en los danzantes que hacen limpias los domingos. Nuestra identidad debe permanecer: somos un pueblo que jamás será conquistado. 

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