En un mundo de acero, ruido y concreto,
donde el cielo se oculta tras torres sin fin,
mi alma se escapa, buscando el secreto
del trino silvestre, del vuelo sutil.
Allí donde el alba se cuela entre ramas,
y el viento acaricia el verde sin voz,
descubro a las aves, luciérnagas vivas,
pintando en el aire su eterno adiós.
No hay lienzo más puro que el de sus alas,
ni arte más noble que su libertad.
Las enmarco en luz, las guardo en mi alma,
con mi fiel cámara y complicidad.
Un colibrí danza como un poema,
el tucán proclama su alegre color,
y el mirlo en la sombra susurra un emblema:
que aún queda belleza, que aún vive el amor.
No es solo una foto, es un acto de fe,
un grito de vida contra la omisión,
en un mundo que erige sus torres sin ver
que se extingue el canto de su corazón.
Yo soy testigo, guardián de sus alas,
mi lente es el puente entre su esplendor
y quienes olvidan que hay vida en las ramas,
que el cielo no empieza en un ascensor.
Porque amar a las aves es un acto sagrado,
y mostrarlas al mundo, un deber de pasión;
ellas son la voz del bosque callado,
la esperanza que vuela sin rendición.
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Autor:
Inspirado (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 2 de agosto de 2025 a las 20:53
- Comentario del autor sobre el poema: Cada vez que fotografío un ave, siento que capto más que un instante: rescato la poesía de un mundo que aún resiste, silencioso y vibrante, más allá del concreto. Que estas imágenes despierten amor por lo que aún vuela libre.
- Categoría: Naturaleza
- Lecturas: 1
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