Inventario antes del fuego
Cuando tengo esta necesidad de decir algo
que se oculta dentro de mí y no se deja encontrar,
que se esconde en las esquinas de mi memoria,
detrás de los objetos perdidos y olvidados,
entre los sueños y en la distracción de la belleza:
esa atesorada presencia que el buscador sabe que está ahí,
pero algo nos falta para encontrarla,
para poder verla, o lo que es lo mismo, para que se deje ver.
La esencia perdida,
que no es más que el vínculo íntimo entre lo incomprendido y lo buscado;
el puente entre uno y otro mundo,
ese nudo donde ambos hemos sido derrotados
por no sabernos encontrar.
¿Quién está del otro lado?,
¿quién es el otro que abre el abismo,
que corrompe lo trivial y el instinto,
que me arranca la paz,
que me enferma los ojos?
Ese que no salva, que no orienta y que no responde.
En momentos como este, busco entre las viejas páginas de un libro,
lejos de este tiempo,
en otra voz antiquísima,
un lugar cavado en las noches antiguas —en las memorias de Adriano;
en la poesía de Ezra Pound, de Walt Whitman, de Stevenson y Rilke—
la palabra que me arranque este cuerpo ajeno,
esta mea culpa
que me pertenece porque me posee.
(Esto me hace pensar en Kierkegaard:
No es mío lo que me pertenece,
sino aquello a lo que yo pertenezco).
¿Acaso el otro sentirá lo mismo que yo?
A veces encuentro alivio,
pero debo recordar al autor preciso
y el lugar del libro donde su palabra resuena con mi falta;
reconocer el sufrimiento de otros antes de mí,
y que, al igual que yo —o quizá más aún— han sentido ese mismo quebranto.
¿Pero quién conoce mejor la herida,
sino el que la sufre?
Llega, pues, la hora de buscar lo que en otro tiempo he dicho.
Debo buscar los restos de mí,
el hombre que murió en esos versos,
quien sufrió antes de mí
y me dejó migas para buscar su sepulcro,
al que ahora peregrino en busca de mi redención.
En horas como estas,
hago un inventario brevísimo de lo que es mío y de lo que no, o quizá debo decir, de nadie:
Mirarte el rostro es saber que existo;
que solo en tu mirada dejo de estar oculto.
¿Podré cruzar la noche de hoy?
¿Cómo puedo escribir palabras
cuando ya he saqueado toda mi soledad en mis versos?
Ahora, ¿a quién pertenecen
todas las cosas que he perdido en los lugares donde viví?:
mis libros de Lorca,
mi cansancio y mis preocupaciones,
mi sed y mi voz,
lo que escuché y lo que vi,
todo aquello que invoqué,
mi habitación y sus ruidos nocturnos.
Se murió todo eso.
Solo lo recuerdo en esta pausa.
Hay un hombre en la puerta que me llama,
y me aferro a este mundo mientras desgarro mi carne y mis palabras.
¡Qué egoísta es el tormento cuando solo habla de sí!
El secreto siempre sale a la luz, ¿sabes?
Es en vano proteger la esquina sucia,
guardar los recuerdos en un baúl,
el cuarto cerrado y mal ventilado.
Es en vano la guardia nocturna del insomnio.
Siempre hay un viento y una luz
que se filtran por las grietas de un cuarto al mediodía;
siempre un silencio y una melancolía cuando llega la tarde,
y el sonido de una estación de radio en la costa de Lima,
cuando las estrellas acechan iluminarnos
y la luz de la luna se desliza por los acantilados.
Antes que todo esto termine
y se me gaste la voz como se me gastan los zapatos,
antes de que termine este primer día de agosto,
mucho antes de pisar la arena del ancho mar,
antes de la última cena,
del último vino y el último respiro,
la última copa de agua con sal
y la última palabra en un verso,
antes que se acabe mi tiempo
y mi mente termine en el fuego
y no haya más lugar para los dioses...
No necesitaré buscarte.
Porque seré libre
y sin ningún fin.
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Autor:
Axioma (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 1 de agosto de 2025 a las 20:47
- Comentario del autor sobre el poema: Escribí este texto cuando la memoria, la pérdida y la palabra se volvieron una misma pregunta. A veces escribimos no para entender, sino para seguir buscando.
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 2
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