Después de la Última Moneda
Tenía una casa grande, llena de luz,
y risas que sonaban sin cesar.
Llegaban los amigos, la familia también,
con regalos caros, sin parar.
Su mesa estaba llena, su voz escuchada,
su opinión era ley, su palabra sagrada.
Traían problemas, buscaban consejo,
o un préstamo urgente, un pequeño atajo.
Él abría su bolsa, su tiempo ofrecía,
y todos a su lado felices vivían.
Parecía cariño, parecía lealtad,
un círculo dorado de sinceridad.
Pero el tiempo pasó, la fortuna se fue,
los negocios malos, la salud también.
La casa calló, el teléfono en paz,
los pasos apresurados dejaron de entrar.
Los lujos se esfuman, la ayuda también,
el que fue tan útil, ya no sirve para nada.
Ahora es una sombra que cruza el portal,
un viejo que estorba, un triste cristal.
Las miradas esquivan su paso cansado,
sus palabras son viento, su consejo olvidado.
Hablan en susurros, detrás de la puerta,
"qué carga tan pesada", "qué suerte incierta".
Ven sus manos temblar, su mirada perdida,
su necesidad clara de ayuda en la vida.
Pero nadie se acerca, ninguno se brinda,
su presencia molesta, su aliento se impide.
Donde hubo abrazos, ahora hay distancia fría,
y un silencio pesado que al cielo subía.
Llega el día final, el último suspiro,
un mensaje corre, sin llanto ni grito.
Llegan de prisa, con cara seria,
no por la tristeza, sino por la herencia.
Firman los papeles, revisan el suelo,
evalúan el mueble, el cuadro, el anhelo.
No hay flores de duelo, ni recuerdo tierno,
solo un alivio extraño, un invierno eterno.
Hablan de proyectos, de gastos pasados,
de deudas saldadas, de pesos contados.
Lo bajan a un hoyo, bajo tierra oscura,
una caja pesada, sin nombre ni altura.
Y cuando se marchan, la casa está muda,
ninguno lamenta su ausencia aguda.
Solo un suspiro largo, un peso quitado,
un problema menos, un libro cerrado.
El que amaron por lo que daba, no por lo que era,
se fue sin dejar pena, solo cuenta bancaria.
La casa está vacía, las sillas también,
su nombre se borra, ya no estorba a nadie.
Así funciona este mundo ciego:
Vales si sirves, si no, al rincón.
El afecto es un simple juego
donde gana solo la producción.
—Luís Barreda/LAB
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Autor:
Luis Barreda Morán (
Offline)
- Publicado: 31 de julio de 2025 a las 06:27
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 8
- Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z.
Comentarios1
Me identifico con este escrito, con estos hechos, ciertos, desde el punto inicial de la primera línea hasta la última palabra del renglón final. La realidad de la vida, de la existencia humana, es así tal cual y en mi caso lo asevero porque he conocidos y aún conozco casos como los que usted ha presentado. Cuánta gente tenemos a nuestro derredor que por el poder, o los poderes, que tienen y poseen creen que el mundo es suyo en exclusiva. La primera persona de la que percibí y comprobé este hecho, el de creerse que por su posición social el mundo era suyo fue al escritor y novelista José María Gironella autor de "Un millón de Muertos", "Los cipreses creen en Dios", " Ha estallado la paz" y otras. Le conocí a mediados de los 70, en Massanet de Cabrenny, Girona, y me decepcionó muchísimo: engreído, arrogante, ególatra, grosero y de manera obtusa le gustaba mirar a todo las personas muy por encima del hombro; al final, todos, o casi todos - y de manera concreto cuando no tienen poder político - mueren así: abandonados y rumiando hasta el final de sus vidas, viendo, sintiendo y convencidos de que saben que los que están mirándoles están deseando que se muera: es el pago.
Muy interesante su aportación.
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