Le escribí al equivocado

Me sentía perdido. Pregunté por Dios... nadie contestó. Una voz gruesa, con alma, me habló. Era su ángel, el que dicen que traicionó. Platiqué con él, me contó su historia. Me dijo: —Nunca fui malo, Dios solo nunca me dio fe. Dos copas, un tabaco, y frente a mí… Lucifer. —¿Eres malo? —le pregunté. —¿Por qué el infierno? ¿Por qué Dios te mandó aquí, donde el calor quema como el frío del invierno? Me tapó los ojos, me llevó allá, donde los humanos no quieren llegar: su reino, su infierno. Donde el fuego no es castigo, es costumbre. Me dijo: —No tengas miedo. Y al entrar... el rey lloró. —¿Crees que quise esto? Yo era el favorito de Dios. Él me eligió, me usó… y luego me soltó. —¿Soy malo? No, bro. Solo cuido que los malos paguen. Pero los humanos me pintaron como villano. —¿Me divierto viendo dolor? No. Es mi trabajo. A veces hasta me arde el alma verlos caer por sus errores. Y me culpan a mí. Sin decir más, me llevó a la orilla del mar. —Mira —me dijo—, yo estoy atado al fuego, al dolor... pero solo quiero paz. Como las olas. Solo quiero que me dejen de odiar. Solo quiero que alguien… me aprenda a amar. Los humanos creen que los ángeles no sienten. Que no lloran, que no dudan, que no sufren. Y él siguió hablando… y me dolió. Le pregunté: —¿Tú eres culpable de lo que hacemos los humanos? Con una lágrima, dijo: —Yo castigo. Yo sufro. Y si sonrío… es para que no se note lo que duele verlos caer. —Soy el Diablo. Pero también siento. —Solo quería que alguien vivo viera lo que yo vivo. Y me abrazó. Y me dijo adiós. Desperté. Vi la luz. Y dije: “Dios… tú lo dejaste solo. Él era tu mejor soldado. Tu sombra más leal.” Tal vez ese día… le escribí al equivocado.