Donde el sol pronunció su primer grito
sobre las aguas inmóviles del Caribe,
el tiempo no se mide en años:
se desgrana en olas,
en rezos de pescadores al alba,
en el humo ritual de las fritangas
que reescriben el mundo cada mañana.
Aquí, los ecos de los Tayrona murmuran
en las piedras calientes, en la voz de los ríos;
en el mercado, entre yucas y corozos,
una madre teje con su aliento
un canto que no nace en su garganta,
sino en la Sierra que la sostiene.
Dioses dormitan en cada mango maduro,
en las grietas polvorientas de Pescaíto,
y el sudor de las mulatas
bautiza los adoquines coloniales
como quien reclama el territorio de los vivos.
Santa Marta:
mitad leyenda, mitad herida,
no se deja entender:
se respira, se soporta, se canta,
como se soporta el sol clavado
en el centro del pecho a las tres de la tarde.
Aquí, donde hace quinientos años
el conquistador soñó eternidades,
la eternidad la guardan las viejas
que barren el polvo con escobas de palma
y saben que la muerte no viene del mar,
sino del olvido:
olvidar que alguna vez fuimos
parte de una historia que aún nos busca,
como busca el viento su voz primera.
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Autor:
Milber Fuentes (
Offline)
- Publicado: 29 de julio de 2025 a las 09:50
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 8
- Usuarios favoritos de este poema: Milber Fuentes, Henry Alejandro Morales, Mauro Enrique Lopez Z.
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