La rutina que yo atajo vuelve el día esplendoroso
como suele serlo más tras cortina y a lo lejos,
compromiso que protejo de la chispa de incendiarios
y problemas me los guardo además entre el lenguaje
inmediato hacia delante si alguna paz he de ganarme,
aunque quizás de un sobresalto tanto que me alarme
al fingir que transparente es toda mi carne.
Al final la irrealidad se desmonta solamente
de pasar un leve aire, y no digamos cuando llueve
del cielo azul diamante mi más querido anhelo,
que no oso yo ofrecerte, tembloroso hombre de hielo,
porque luego me confunden la salida prisionero
luces de ultratumba que capto atento en el desvelo
a tanto que no quiero pero sé que me conviene
como aliento ver lo dentro que lo lleve,
tenso en otro lienzo que comienzo aún más suave
conociendo cuanta llave en el averno sale útil.
Sin disfraz de miserable nadie va a reconocerme,
pleno yo al fundirme con todo lo que es bello
aspirante a lo sublime, sentimiento casi eterno
que con él pues sí me iría y lo encontré
paseando cualquier día sutil en la enramada,
y yo que lo creí mentira no sentí que me agradara
nada de ello hasta que liberé feliz mi rabia,
esa que tanto se me agarraba al cuello
remordiéndome inclemente sin temérmelo ni en sueños,
apenas si resuello caminando con la pena
por una carencia o un tropiezo fuera
de esta arena que también exige un reto.
No cualquiera que ande suelto trae su antena
al descubierto, ni acelera sólo al vernos
abrir las alas un momento, imposible que es seguro
pasar el muro de dejarlas en un lado
siguiendo siempre humanos y jugándonoslo todo
cada vez que madrugamos arrebañando como oro
el sol en nuestras ya rugosas manos.
Comentarios1
Un poema genial, sublime¡
Un abrazo,
Carlos Alberto
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.