21 veces quería

Quería,
quería tanto conocerte,

sin preguntas.

No con el típico
¿qué te gusta hacer?
Ni con
¿cuál es tu signo?
Ni con
¿cómo das amor?

No, nada de eso.

Quería conocerte.
Sin preguntas.

El mundo ya está saturado de ellas.
Me ahoga.
Me asfixia.

Solo quería verte.
Verte.
Así,
como cuando miras algo
y te quedas en contemplación…
ensimismado.

Quería que un día,
sin decir nada,
me encontraras husmeando tus manillas viejas
y me contaras la historia de cada una,
sin que yo tuviera que preguntar.

Quería saber
cómo esa vieja mesa sigue siendo tu escritorio.

Quería que me vieras mirar tu piano
y que un día
simplemente me sentaras en tus piernas,
sin hablar,
y me enseñaras a tocar algo,
algo que tú compusieras.

Quería entender
por qué tu planta de aloe está tan viva,
mientras la mía se pudre,
igual que todo lo que dejé atrás.

Quería sentarme en tu sofá
mientras leías en voz alta
la frase subrayada de aquel libro
que tal vez nunca terminaste.

Y te juro, quería conocerte.
Y te juro,
oraba en silencio
con gran devoción,

porque esas joyas en tu repisa
fueran de tu madre.
No de alguien más
a quien amaste.

Quería conocerte sin respuestas.
Por lo que eras
cuando no decías nada.

Sin tiempos.
Sin títulos.
Sin esa condena que llamamos conversación:
¿y qué somos?
¿y a quién ves?

Quería que quisieras conocerme también.
Así,
sin nada.
Sin envoltorios.

Quería que de repente entraras en mi vida
como un meteorito.

Quería que me vieras
como se miran los errores…
aprendiendo.

Quería que te quedaras.
Aún en este desastre.

Quería ser la persona que abrazaras cuando tuvieras miedo.
Quería tener miedo, miedo de perderte.

Quería morir de amor contigo,
pero quedé viva.

Y el amor,
el amor murió contigo.