Introspección y tributo

• Poemas del ㄥobo •

No fui el laurel, mas fui el espino,
que se quedó sin primavera;
fui la verdad de un peregrino,
que halló el sentido en su quimera.

De Schopenhauer vino la renuncia,
su hielo me cubrió sin dar consuelo;
comprendí que la paz no es la denuncia,
sino el callar el grito contra el cielo.

Nietzsche me dio el abismo por ventana,
y el pecho abierto a todo lo que quema;
la fe no es más que danza que se gana
luchando contra el peso del sistema.

De Jung bebí la noche subconsciente,
abrí la puerta al lobo que temía,
y hallé que en el abismo más latente
la sombra es otra forma de energía.

Sor Juana fue doncella en rebeldía,
me dio su sed de luz entre cadenas,
su verbo fue mi lanza cada día,
mi aliento en las palabras más ajenas.

Quevedo fue la herida que razona,
el polvo que en los huesos hizo nido,
su tinta y sus sonetos que impresionan,
su máscara, el espejo del olvido.

Góngora me enseñó que la belleza
no es dócil ni sencilla de abrazar,
y que una flor, vestida de tristeza,
se tiende cuando empieza a marchitar.

Y yo, que soy del tiempo fugitivo,
de lunas que se rompen en mi frente,
escribo como lobo pensativo,
trazando estas palabras lentamente.

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