Los dejo, mis hermosos

Alexandra Quintanilla

Dicen que la depresión es solo cuestión de dejar al tiempo correr, para que ella corra también…

Y comprendo que, en efecto, el tiempo corre.
Y una va cociéndose en el rostro una máscara por las noches.

Matizándose en silencios los recuerdos que no se cuentan,
en ese transcurso en el que los visibilizas en cuentos que una crea,
pero que también, en algún que otro aspecto, termina escondiendo.

Pero la realidad es una voz que, por mucho que una la silencie,
ella grita.
Hasta hacerse visible…

Entonces es cuando una comprende que sí,
tiene mucho poder ese sentir:
caerse al borde de un acantilado.
Pero también es cuestión de mirar de frente esos miedos,
enfrentarlos,
y convertirlos en algo que, con el paso de los años,
nos haga más fuertes.
(Porque no es cosa de dos segundos superarlo).

Y sí, se sabe:
es fácil de comprender, por supuesto,
los días en los que la depresión no llega.
Pero en aquellos en que toca a tu puerta,
es bueno dejarla pasar sin miedo,
y cuestionarla:
¿Por qué regresas tanto?

Y cuando se va,
volver a los viejos sitios donde una se encuentra en paz consigo misma.

Volver a las pláticas con sentido,
esas que se tienen con los buenos amigos.

Respirar
y tratar de ver al mundo desde donde el mundo está,
y no desde donde nuestra cabeza nos lo pinta.

Ir a renacer en la creación de algún artista.

Recordar el tiempo en el que el viento era fresco,
y los lugares se adornaban con las palabras de algún viejo escritor,
con viejos poemas de algún viejo tiempo
en el que yo no era ni idea.

Recordar que el mundo antes parecía bueno,
bajo mi inocencia,
antes de que todo se volviera solo negro.

Y volver, volver, volver
a tomar el lapicero
para enfrentarse con lo que una es.

Una artista que, como cualquier otro ser humano,
pretende ser comprendida.
(Pero el mundo está tan sumergido en sí mismo
que eso es más bien una utopía).

Entonces, queda el conformarse con las simplezas de la vida.

Y hacer de este paso
un espectáculo silencioso, comprensivo y curioso.
(Pese a que, en el transcurso, sea un tanto doloroso).

Hoy, por ejemplo,
me desperté preguntándole a Dios qué comen los osos
y dónde está aquel amigo que, como sea,
se fue sin decir:
“Los dejo, mis hermosos.”

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Comentarios +

Comentarios1

  • Nkonek Almanorri

    Toda una lección de vida. Gracias



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