VIAJERO SIN DESTINO

Sentado en aquel viejo lugar, similar al muelle de San Blas, él despidió su dolor para alcanzar la felicidad.

En sus poemas descubría la infinidad de opciones que se podrían encontrar, cada uno con historias y memorias.

Aun inmerso en sus recuerdos, fue trasladado a un viejo manicomio, donde descubrió el valor de la soledad y la terquedad.

Aquel lugar sombrío, rodeado de paredes blancas, que lo ayudaron a reflexionar sobre las decisiones que hasta ese momento lo hicieron llegar.

Esos círculos repetitivos de ser el guía pero no el destino, de querer ayudar pero dejar una parte de él en cada ser que ayuda;

esa decisión tan dura pero al mismo tiempo tan complaciente, como si el dolor fuera el despojo de la felicidad y el masoquismo la magia de la vida.