Los goteros del tiempo caían con prisa sobre tu piel,
dibujando adultez en tus días adolescentes.
Yo, ciego al prejuicio,
quise trazar tus relieves como un mapa hacia mi corazón.
Somos los opuestos del tiempo:
soy mayor, pero parece que en ti dejé mi vejez.
Y mis ojos, buscando luz,
se perdieron contemplando
la estrella fugaz de tu alma.
Comprendí, sin saber por qué,
que el alma no era piel ni era tiempo.
Vi lo que nadie ve,
sentí lo inmaterial...
y entonces, me enamoré.
Naciste con edad por eso tú eres el alma que reconocí antes de aprender a mirar.
No me repele tu aroma de flor marchita,
es perfume de un ayer que ansío regar.
Allí dormitan las cosas más bellas de tu vida,
y cómo quisiera abrirme a ellas.
Tus manos, frágiles como agua cansada,
guardaban la luna,
como un tatuaje del sol
y los otoños que Dios te dio.
La gente ve arrugas;
yo veo el inicio y el fin de mi vida.
Tengo 33 breves primaveras
y tú 31 inviernos prolongados.
Pero si un día tocas los 80,
te haré sentir de 20
en el aleteo de una sola noche.
Tu voz de infante atemporal me confunde:
¿el berrinche lo haces tú… o lo hago yo?
Sin ti, en mi tristeza,
hasta la miel se pudre.
Mujer,
el tiempo no sabe coquetear a las almas,
y en la tuya ni supo empezar.
Si te falta vida,
toma la mía, que es nueva.
Aunque hijos míos no tendrás,
algo de mí tendrás.
Dame tus dolores, que yo los resisto,
pues algo tuyo quiero llevar en mí.
Hazme nacer de nuevo con tu beso…
o deja que te entregue mi vida
hasta que el tiempo, confundido,
se pierda en esta duda,
y abracemos lo eterno.
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Autor:
Eros Corzo Camacho (
Offline)
- Publicado: 26 de julio de 2025 a las 01:24
- Categoría: Amor
- Lecturas: 13
- Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z.
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