Eres Tu

Escribiendo sobre el amor, en cada verso y cada prosa, me encontré ineludiblemente escribiendo tu nombre. Tu nombre, una melodía suave y perpetua, es más que un simple conjunto de letras; es el sinónimo más puro y profundo del amor que mi corazón ha conocido. Es la esencia misma de ese sentimiento que eleva el alma, que ilumina los días más negros y que da sentido a cada latido.

Mientras mis manos se deslizaban sobre el lienzo, dibujando la luz tenue y prometedora rompiendo el alba, ese momento mágico en que la oscuridad cede ante la promesa del nuevo día, me encontré, con una claridad asombrosa, dibujando tus ojos. Esos ojos, no solo espejos del alma, sino faros que tienen el poder de disipar cualquier sombra, de romper la oscuridad más densa, de disolver la noche en un amanecer perpetuo dentro de mí. Son destellos de esperanza, promesas de calidez y consuelo, capaces de transformar el paisaje más desolado en un jardín de luz.

Mientras mis palabras tejían la descripción de un cántico celestial, el más dulce de los sonidos que jamás se haya concebido, mi mente y mi corazón se encontraron, sin buscarlo, dibujando tu voz. Hablaba del eco etéreo que resuena en las alturas, y mis pensamientos se posaban en el murmullo de tus palabras, en la melodía inconfundible de tu risa.

Esa risa tuya, ese sonido que es solo tuyo, tiene un poder tan inmenso que me doblega bajo su suave impacto. No es una fuerza que oprime, sino una dulzura que desarma, que me hace rendirme a su encanto con una voluntad que no resiste, sino que se entrega con gozo. Un simple susurro de tus labios es suficiente para lograrlo; en ese aliento apenas audible reside una autoridad que me subyuga por completo.

Es esa voz, angelical en su pureza y majestuosa en su presencia, la que me cautiva sin cesar. Cada sílaba que pronuncias, cada inflexión, cada nota en la sinfonía de tu habla, renueva en mí un amor que crece a cada instante. Es un hechizo del que no deseo despertar, una melodía que deseo escuchar por toda la eternidad.