Bajo las luces frías de mi ciudad al anochecer,
el eco del viento susurra secretos entre los edificios,
te siento, mujer, una sombra sin nombre ni ser,
urdiendo la red de tus oscuros maleficios.
No hay huella en el asfalto, ni aliento en el aire,
solo un escalofrío que me eriza la piel.
Tu existencia es un eco que no puedo callar,
un presagio de tinta, de veneno y de hiel.
Te vislumbro en el brillo opaco de un charco,
en la penumbra de un callejón sin salida.
Dos abismos, tus ojos, que no hallan marco,
una condena, es tu mirada perdida.
¿Qué antiguas promesas te impulsan hacia mí?
Un pacto de sombras te ata a mi destino.
Eres la oscuridad que no puedo evadir,
el rastro de un sueño enfermizo, mezquino.
Me persigues con un hambre que no se sacia,
un espectro sediento en la ciudad dormida.
Y yo, entre la razón y la más vil desgracia,
me rindo a tu influjo en esta extraña partida.
Quizás el amor sea una prisión helada,
un lazo invisible que al alma condena.
Mujer enigmática, tu presencia es velada,
una maldición que en mi ser se envenena.
¡La gélida presencia de la mujer engañada!
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Autor:
Leoness (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 20 de julio de 2025 a las 16:31
- Categoría: Amor
- Lecturas: 5
- Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z.
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