🐑La Oveja 1.999
por Wcelogan
Cuento ovejas
con la fe absurda de quien borda botones en la luna.
Van mil novecientas noventa y nueve.
Una tropieza.
La dos mil descubre una grieta en la pared
y se queda a contemplarla...
y se va... se va...
abriendo el abismo.
Morfeo no viene.
Quizá confundió mi insomnio con una dirección falsa,
como un repartidor que nunca toca el timbre.
El celular parpadea:
una luciérnaga atrapada en una pecera.
Mi paciencia, mientras tanto,
se lima las uñas con saña
y me susurra:
Hoy no... no cierres tus ventanales...
date por vencido.
Son las 2:15,
aunque el reloj hace rato dejó de participar.
La noche es una autopista sin carros,
una cinta infinita donde corren pensamientos descalzos.
Los gatos,
biógrafos de lo incomprensible,
lamben los relojes
como si al relamerlos
pudieran frotar minutos nuevos sobre el colchón.
En el fondo del cajón,
un calcetín ha perdido a su gemelo.
Duermen separados,
como esos matrimonios que ya no se rozan ni en las pesadillas.
Un bostezo me recuerda al león de la Metro-Goldwyn-Mayer:
ruge por hastío,
no por hambre.
Y yo me siento vagón vacío,
triste de no llevar a nadie a ningún sitio,
salvo a mi litera de velador.
El ventilador gira
como si buscara a alguien a quien señalar.
Y yo,
clavado a la sábana
como un error de ortografía
en la carta de alguien que escribe:
ayer con h
y hora sin ella.
En la cocina,
un vaso quedó medio lleno.
O medio olvidado.
Siempre hay algo que no se termina,
como este insomnio
que crece
como una enredadera terca
que no sabe que no es bienvenida
y me envuelve
cada noche.
Bajo la cama,
mis pensamientos juegan a esconderse.
Uno se disfraza de infancia:
trae un triciclo, una herida en la rodilla
y un padre que no llega.
Otro se pone mis pantalones del colegio
y llora porque olvidó la tarea.
Mi cuerpo es un mapa de relojes sin cuerda.
Los párpados, telones que no bajan.
Los dedos tantean el aire
como si pudieran palpar un sueño.
Pero el sueño es cobarde.
Le teme a mis ojos abiertos,
a este cuarto lleno de objetos
que me miran con la piedad
de los que ya descansan profundamente.
Hay una grieta en la almohada
por donde escapan las certezas.
Una canción de cuna quedó atrapada entre mis dientes;
la tarareo en silencio,
como un conjuro que no sirve.
Todo lo blando es un arma.
Todo lo tierno, una trampa.
Hasta el peluche olvidado en la repisa
parece guardar secretos
que no piensa contarme esta noche.
El sueño no llega.
Solo yo,
con la mente llena de palabras que no se apagan,
el cuerpo hecho de relojes sin cuerda,
y el techo,
el techo que no responde,
pero me observa
como si yo fuera
el monstruo bajo la cama
de otro insomne,
paseando la oveja 1.999
en círculos,
a las 3 de la mañana.
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Voces del precario
por Wcelogan
Dedicatoria:
A mi tierra rota,
que todavía canta con la boca llena de polvo.
A sus calles sin nombre,
a sus techos de zinc que resisten la lluvia y el desgaste,
a su gente que no cabe en los mapas
pero sostiene el continente con las manos vacías.
Aquí no se nace,
se sobrevive desde el primer llanto.
Bajo techos que rezuman óxido y promesas,
los perros maldicen el día a ladridos,
y las gallinas picotean basura
buscando los sueños que se nos caen del bolsillo.
No hay semáforos,
solo esquinas donde el miedo fuma barato
y la esperanza vende chicles
a carros con aire acondicionado.
La pobreza no es poética,
pero aquí la rezamos como a una virgen destronada:
Virgen de la nevera vacía,
ruega por nosotros.
Virgen del recibo de luz que llega antes que el sueldo,
ilumínanos.
Virgen de la fiebre sin acetaminofén,
sánanos con agua hervida.
Y aun así vivimos,
porque la muerte cobra en dólares
y se retrasa en las fronteras.
Las escuelas tienen más huecos que pizarras,
y los maestros —santos sin altar—
enseñan con la saliva espesa del cansancio.
Los niños cuentan con piedras
y leen con los ojos de sus abuelas,
mientras los gobiernos imprimen billetes
con tinta de indiferencia.
Aquí no hay infancia,
hay entrenamiento:
Aprenden a correr.
A callar.
A dormir con hambre.
A llorar por dentro.
Juegan entre chatarra,
con muñecas decapitadas
y carritos sin ruedas.
Sueñan con bicicletas que nunca llegan,
y cuando lloran,
sus madres les prestan las manos
como cunas vacías.
Después crecen,
y ya no juegan:
aprenden a callar
para no morirse más rápido.
No pedimos milagros.
Pedimos agua limpia.
Pan sin moho.
Una cama sin chinches.
Un día sin miedo.
La pobreza no es metáfora:
es el zancudo que zumba dengue,
la casa armada con tablas olvidadas,
la sopa que hierve sin carne
pero con todas las lágrimas.
Y aun así hay fiesta:
labios rojos, rabia pura,
parlantes que gritan sobre la basura.
Bailamos con hambre, con sudor,
porque el desempleo también tiene ritmo.
Las mujeres se pintan con furia,
los hombres bailan con el dolor por compás,
y alguien silba una canción vieja
como si el cinismo fuera himno nacional.
Más allá del puente,
la ciudad se perfuma con drones y brunch.
Los precarios no salen en los mapas,
pero sostienen la estructura con sus huesos.
Alguien recoge su basura,
lava su inodoro,
le sonríe en el semáforo con la mirada baja.
El concreto les debe la vida.
Pero no los recuerda.
Nunca les da las gracias.
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Autor:
Wii (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 19 de julio de 2025 a las 00:03
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 13
- Usuarios favoritos de este poema: Roberto D. Yoro, Salvador Santoyo Sánchez, ElidethAbreu
Comentarios1
Mis respetos poeta.
Me encantó tu profunda y satírica narración.
Mis sinceras felicitaciones.
Saludos poeta Wii
Gracias por tu comentario y lo principal que te gustó...es un halago.
Saludos y abrazo🤗
🙋♂️✅✅✅
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