El rito

Desnudaste mi alma antes que mi cuerpo.
Lo hiciste con la calma cruel de quien sabe que va a poseerlo todo.
Tus manos grandes y ásperas rozaron mi piel como si conocieran cada rincón antes de tocarlo.
No buscabas placer inmediato, sino dejar marca, crear memoria,
dibujar promesas, destinos, caminos imposibles de borrar.

Fui tu lienzo.
Un cuerpo ofrecido,
una obra privada que solo tú admiras,
donde el pecado se hace carne
y la lujuria deja de ser un instinto para volverse rito.
Yo, el sacrilegio que no pudiste evitar.
Tú, el dios al que me entregué sin fe pero con hambre.

Me tuviste como quisiste.
Sin palabras, sin permiso.
Solo tu deseo guiando el rumbo.
Soy tuya y siempre lo he sido
aunque nunca lo juré.
Me tomaste, me descubriste, me leíste sin pedir explicación.
Me hiciste el amor con una mirada,
una palabra,
una sonrisa que abría puertas que ni yo sabía cerrar.

Fui muñeca en tus manos,
moldeable, rendida a tus juegos.
No por debilidad, sino porque el deseo es más fuerte
cuando no se resiste.
Ardí por ti, me incineré en silencio
por el roce apenas imaginado de tus labios,
por tu respiración errática,
por ese cuerpo tenso y encendido
que siempre supo cómo llevarme al borde.

Y aunque temí perderme,
deseé hundirme en ti.
En lo profundo, en lo oscuro, en lo salvaje.
Me dejé caer sin paracaídas,
porque eras caída, y también vuelo.

No fue un sueño bonito.
Fue real, crudo, exquisito.
Una fusión de cuerpos,
sí, pero también de pensamientos,
de instintos, de secretos que se gritan sin voz.
Tus ojos eran cadenas y refugio,
eran prisión y casa.
Ahí habitaban tus pensamientos más sádicos,
tus órdenes mudas,
tu deseo de dominar sin pedir,
y mi deseo de ceder sin hablar.

Me convenciste y quise creerlo
de que seríamos uno,
el complemento perfecto.
Dos soledades fundidas en una burbuja de pasión,
donde el mundo no entra,
donde solo existen tus manos,
mi piel,
y el incendio.

-S.S