Surf

Luis 091


Venías con una flor salada en la cara
y aquella mochila,
presumida y amaestrada:
devoto apéndice y jovial
guardaespaldas de tus andares.

Y ese océano ineludible
de tus ojos,
que traía al mismo sol
bajo su mando,
derritiendo mi ultra estudiado/insolvente
guión diario,

... remolino estelar que desencajaba
y al segundo se tragaba
de un solo bocado
la horma de mis tan trabajadas
seguridades de tiza
y cristal caramelizado.

Venías con un centro comercial
de feromonas
emboscando a la estruendosa
y babeante nidada adolescente,
con la hisca de tus brillos
y no transparencias afiladas,
venenosas,
subrayando a pincel
esa rima prolífica
que era tu cuerpo
de diosa juvenil.

Solíamos surfear en las orillas
de aquel instituto,
para envidias insanas
de fantasmales
y multiclonados transeúntes,
desalados y unicolor.

Aquella primavera, cuando tú,
con esa playa en tus labios,
aliviabas mis prematuras
arcadas existenciales.
Entonces espolvoreabas
tu adictiva y candente seda
sobre mis alas de zángano azul.
Alguna vez, también te llovías
a mi espalda, y entonces
yo moría varias veces
(hasta la siguiente cita)
en un interminable invierno
de veinticuatro horas.

Intuíamos el frágil
desequilibrio de aquellos días
entre ecuaciones de pétalos impares,
gramáticas furtivas y silenciosas,
maremotos familiares
y otros arrecifes
inevitables de la edad.

¡Cuánto surfeábamos
en esas tardes de lunas rosas
que aceleraban mis arterias
e insuflaban sus palpitantes
atolones emergentes!.

¡Cuánto confluían en mi estómago
aquellos puertos nocturnos
y sus tormentas de mariposas carnívoras,
desinventando los relojes
tras cada poro
de nuestro inverosímil reino
de cera, salumbres y miel!

Luego regresó el frío.
Y yo ya solo podía ver
una aleta de tiburón
rondando la sopa
a la hora de la cena,
una boca de cocodrilo
dibujada en tus labios
que ya no me veían.
Y junto al viejo acantilado de hormigón
y aquel último rayo de sol
hincándose en mi pecho,
aquellas náuseas
de escolar en su primer día
de colegio.

Y entonces las olas se desinflaron
junto a mi risa.
La playa me gruñía.
Y otra vez volví a mi esencia,
a mi versión original
de náufrago,
... o de común -y eterna-
sardina gris,
orbitando a coletazos
entre el tráfico ciego y hambriento
de la desencantada
y mate ciudad

sin mar.

  • Autor: Luis 091 (Offline Offline)
  • Publicado: 15 de julio de 2025 a las 18:53
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 5
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