“Hay cuerpos que no se habitan, se incendian y se dejan arder.”
Déjame confesarte algo:
yo no vine por un sorbo.
Hace tiempo que tengo hambre de cuerpos enteros,
de lo que no se mide ni se guarda,
de lo que sabe a exceso y, después, arde como sal en la herida.
Me cansa el bocado delicado,
el beso envuelto en papel celofán,
las excusas disfrazadas de ternura.
Por eso bailo.
Porque el cuerpo, cuando baila, no pregunta nada.
No necesito saber tu nombre.
No quiero promesas con fecha de vencimiento.
Prefiero el fuego sin manual,
el temblor de lo anónimo,
la desnudez sin argumento ni anclaje.
Esta escena —con su música de fondo y su humo denso—
es todo lo que hay.
Y si no es suficiente,
al menos es real.
Ríete.
Hazlo fuerte, como quien mira sin pedir permiso.
Yo también me río,
de este diálogo que no se debe tener,
pero que siempre se tiene.
No es cinismo.
Es que aprendí a no mentirme,
a decirlo como me nace,
a amar sin ofrecer refugio,
a quedarme sin prometerme.
Estoy aquí, sí,
pero solo para mí.
Para morder sin promesas,
para tocar sin llevar,
para hundirme sin amarras.
Hazte cargo de ti,
como yo me hago cargo del temblor
que dejo en tu espalda.
Y del eco que no se irá tan fácil.
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Autor:
Milber Fuentes (
Offline)
- Publicado: 10 de julio de 2025 a las 21:33
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 5
- Usuarios favoritos de este poema: Milber Fuentes, Mauro Enrique Lopez Z., Roberto D. Yoro
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