PIES HELADOS

Lincol

 

PIES HELADOS

El viento se enrollaba en sus piernas,  
mientras a diestra y siniestra  
—ciega, veloz— la indiferencia pasaba,  
envuelta en sombra y pena.  

Tiritando de frío,  
con los pies ya helados,  
le ofrecía al viento su espíritu entero;  
con labios silenciosos  
y mirada cansada,  
vertía su alma,  
tratando de caber  
en aquel molde vacío.  

Y mientras el tiempo fluía,  
dos inocentes jugaban, alegres,  
bajo la intemperie;  
con la fuerza del corazón,  
no de la fría razón.  
Jugaban en un sitio herido,  
donde Dios habita;  
y aunque la multitud no los veía,  
algunos, cómplices, cerraban los ojos,  
acoplándose al ruido sordo de la indiferencia.  

Y aunque el frío crecía,  
el viento le susurró cerca:  
¡Oh, alma buena! Yo también tiemblo de frío,  
¡tengo los pies helados!

— LMML.

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