INDIGENA DEL SENDERO
En las tierras de pinos donde el viento murmura,
y el lago refleja la voz de la altura,
vivía un hombre de paso sereno,
Joe Polis su nombre, espíritu pleno.
Ni rey, ni soldado, ni esclavo al deber,
era libre en su alma, sin nada que perder.
Los caminos del bosque eran su jurisdicción,
su ley: la prudencia, su escudo: razón.
De los Penobscot surgía su linaje,
con la piel como cobre y el alma salvaje.
No temía a la noche, ni al frío del río,
pues sabía leer lo que canta el rocío.
Llevaba en los ojos la calma del cielo,
en sus manos calladas, firmeza sin duelo.
Sabía del musgo, del sauce y la flor,
y hallaba en las piedras señales de honor.
Los hombres del libro, de ciencia o poder,
buscaban su guía para comprender
que el mapa del mundo no está en el papel,
sino en cada estrella y cada laurel.
Callaba ante el necio, hablaba al que ve
con humildes oídos lo que el bosque es.
De ramas caídas hacía su fuego,
y de cada jornada aprendía sin ego.
Una vez, un sabio lo quiso tentar:
“Ven al mundo del oro, del techo y del mar.”
Mas Joe, sonriendo, no dudó al decir:
“Mi casa no tiene paredes… tiene raíz.”
Sabía del lobo, del venado herido,
del canto del búho, del roble erguido.
No por libros lo supo, ni por tradición,
sino por la vida, su fiel educación.
Marchaba ligero, como un viento fiel,
con paso invisible, sin dejar tropel.
Y el bosque lo amaba, le hablaba al pasar,
como a un hijo sabio que sabe escuchar.
Así va Joe Polis, leyenda sin grito,
con la frente alta y el corazón bendito.
Indómito, libre, sin doblez ni artificio,
el hombre del bosque, del alma, del juicio.
Roberto D. Yoro
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Autor:
Roberto D. Yoro (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 8 de julio de 2025 a las 03:29
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 1
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