Yo te amaba, carajo

Yo te amaba, carajo

Yo te amaba,
¿te enteraste alguna vez?
No con rosas ni discursos,
sino con la jodida entraña expuesta,
como quien le da el alma
a quien apenas devuelve una mirada por lástima.

Fui casa, cama, carne.
Fui el maldito poema inédito
que preferiste ignorar
por miedo a entenderte.

Los “te amo” que te dije
no eran dulces de bolsillo:
eran bengalas envueltas en papel de oro,
gritándole amor
a quien solo coleccionaba ruinas.

Te di detalles que envidiarían los dioses:
mi locura envuelta en terciopelo,
mi risa a deshoras,
mi paciencia crucificada
a los pies de tu indiferencia sagrada.
Pero claro,
era más cómodo olvidarlo todo
que arriesgarte a sentir algo de verdad.

Tu cuerpo—
ese maldito cuerpo que adoré en mi santuario—
salió a buscar calor ajeno,
como si el mío fuera escarcha,
como si dormir conmigo
no hubiera sido un puto privilegio.

Y no te fuiste, no.
Te evaporaste.
Dejaste el cascarón,
las respuestas en automático,
la mirada de “no sé qué me pasa”.
Todo un clásico.

Ahora me quedan estas líneas
y un asco tierno en la lengua
cada vez que alguien menciona tu nombre.
No porque no te amara.
Porque lo hice.
Pero tú—
te lo pasaste por el ego
como papel higiénico.
Y después...
me tiraste a la basura,
sin remordimiento.
Sin ceremonia...