Porque el mundo, con todo su concreto, sus relojes y sus pantallas, sigue siendo demasiado cruel para decir las cosas tal cual son. Y porque el alma, silenciosa y antigua, aún necesita mentiras bellas para no rendirse del todo.
La poesía no es un lujo ni un adorno. Es una forma de resistencia. Una trinchera de palabras donde lo insoportable se disfraza para que pueda ser tocado sin rompernos. No dice “muerte”, dice “ausencia”. No dice “odio”, dice “eco”. No dice “infierno”, dice “otoño”. Porque hay verdades que si se nombran sin velos, se vuelven cuchillos.
El poeta no escribe para ser entendido. Escribe para recordar lo que no debe olvidarse. Para herir con belleza. Para curar con metáforas. Para convertir el naufragio en canto. Porque aún hay quien ama sin ser visto, quien extraña en secreto, quien se levanta cada día desde una herida que nadie ve, y necesita saber que no está solo.
La poesía se hace porque el dolor todavía pide traducción. Porque hay cosas que solo se entienden cuando se adornan. Porque mentir con poesía es, a veces, la única forma honesta de decirlo todo.
En esta época donde todo se grita y nada se escucha, el poema susurra. En estos tiempos donde las pantallas brillan más que los ojos, el poema enciende una vela en el pecho.
La poesía existe porque, aunque no lo digamos, aún necesitamos una forma digna de llorar. Una forma lenta de recordar. Una forma sagrada de seguir sintiendo sin que nos llamen débiles por ello.
Es por eso que el poeta miente. No para engañar. Sino para cuidar. Para nombrar con ternura lo que duele sin remedio. Para sobrevivir. Y para que, al leerlo, alguien más también sobreviva un poco.
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.